Por qué el Cautivo es el Señor de Almería
Agradecimientos, deseos y preocupaciones se reúnen ante la imagen del Medinaceli

Largas colas en el besapiés del Cautivo.
Cerca de una década cubriendo el día a día de la Semana Santa y el singular ecosistema cofrade sirve para una cosa: entender cada día menos de cofradías. Así, se asiste con asombro al momento en el que la renovación con una banda se convierte en un asunto de vida o muerte, se observa con preocupación cómo la contratación de un florista u otro se comenta como algo morboso y se hace repaso puntual a quién se pone la medalla de hermano para cotillear los movimientos de cada cual.
Precisamente en ese contexto en el que cualquiera podría salir espantado entre tanto chismorreo (al que todos contribuimos en mayor o menos medida, que nadie se ponga estupendo), el besapiés del Cautivo llega como un jarabe contra la tos más irritativa. Un bálsamo que, si no cura, alivia.
Y no es por las colas. Eso sigue siendo algo demasiado tangible como para reconciliarle a uno con lo espiritual que se presupone ligado a lo cofrade. Es algo más íntimo y único que se vive cada primer viernes de marzo.
A las puertas de la capilla catedralicia en la que se celebra cada año el besapiés del Cautivo, la Hermandad del Prendimiento sitúa siempre un libro de firmas.
No sin algo de pudor, echarle un ojo a las letras que allí se agolpan -a veces temblorosas y cansadas y otras veces mayúsculas y firmes, pero siempre sinceras- es un ejercicio que pone al más escéptico frente a algo tan brutal como la devoción popular, esa fuerza inexplicable capaz de mover montañas.
“Señor mío y nuestro, gracias por todo lo bueno que me das y te pido que nos protejas a mí, familia y amigos y nos des el consuelo que necesitamos y la fe y esperanza que esté en nuestro corazón. Gracias Señor”, firma alguien cuya letra me recordó por un momento a la de mi madre.
“Nuestro Señor nos alumbre y nos bendiga a mi y a mi familia. Gracias Señor. Que pueda venir muchas veces”, deseaba alguien cuya caligrafía desvelaba, sin dudas, una larga vida a las espaldas.
Y sí, genera algo de apuro leer estas líneas, como si estuviera uno entrando en una vida ajena sin permiso, en lo más profundo de sus desvelos y deseos. Pero qué paz provoca. Cómo encoge el corazón ver a alguien entregando sus preocupaciones (y las que no cuentan) a la imagen con la que se citan cada primer viernes de marzo. Y ahí está el meollo de este asunto: lo que mueve el Cautivo de Medinaceli, por fuera con sus colas, y por dentro de cada cual.
Siempre he defendido que, más allá de las creencias de cada cual, es innegable el valor que atesoran las imágenes y no por su vertiente artística, sino por la devocional. Sí, es una representación en madera de un hombre de unos 33 años afrontando las que son, con seguridad, las últimas horas de su vida. Con serenidad, sufrimiento y fortaleza. Y eso ya vale mucho como algo a lo que agarrarse, pero es que eso no la convierte en algo distinto de la estatua de un parque.
Lo que la hace diferente es lo que cada uno le lleva a esa imagen. No hay que ver al Cautivo en este caso como una representación más o menos fiel del Jesucristo que nos ha transmitido la tradición, sino como una vasija llena de sueños, preocupaciones, agradecimientos, lágrimas, risas, rupturas, desgracias, charlas con los que ya no están... ¿Cuánto vale todo eso? Eso y no otra cosa es la devoción popular.
Y cada primer viernes de marzo se hace más visible que nunca en Almería. Ayer se pudo ver a mujeres llevando ramos de flores al que es su amor más profundo: el Cautivo. También se pudo observar a una señora pasando por la túnica algo que parecía ser una ecografía. Quizás la de un futuro nieto. Quizás la que desvelaba una enfermedad de esas con las que es mejor agarrarse a la medicina con fe que sin ella.
Tantas vidas, tantos miedos, tantas conversaciones calladas en ese rato que se hace eterno frente al Cautivo, tanto que agradecer y que pedir (siempre en ese orden) sentado en algún banco de la capilla...
Y eso pasa con muchas imágenes, de Almería y fuera de ella. Cada uno tiene la suya (y Dios nos tiene a todos). Pero lo que es innegable es que el Cautivo reúne las preocupaciones de muchos, de tantos que cabe preguntarse si la vasija no se ha desbordado. Pero no, sigue ahí, esperando más allá de cada primer viernes de marzo. Más allá de las visitas institucionales. Más allá de las largas colas en la plaza de la Catedral. El Cautivo, Señor de Almería, el de todos, sigue esperando deseos y desvelos. De todos.