La Voz de Almeria

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Homenaje al francés que mejor investigó a los almerienses que estuvieron antes

Bernard Vincent recibió el afecto de sus admiradores en una sierra de Turre, más de medio siglo después de su llegada a la provincia

Bernard Vincent firmando libros, junto a su esposa Mireille y al fondo el editor Grima.

Bernard Vincent firmando libros, junto a su esposa Mireille y al fondo el editor Grima.

Manuel León
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Estaba allí ese zahorí de memorias, de huellas escondidas en legajos cosidos en pergamino, en carpetas polvorientas que él rescataba por primera vez del sótano de algún archivo provincial, haciendo volver a la vida nombres y topónimos, descripciones y explicaciones de por qué somos ahora lo que somos; estaba allí Bernard Vincent, el historiador francés que mejor nos conoce, que mejor conoce las entretelas de este apéndice del reino de Granada; estaba allí ese Bernardo, como lo conocen en Mojácar -su segundo lar después de París- en las peñas de la sierra de Cabrera, ese lugar junto a Turre inventado por moriscos, de los que tanto ha escrito el personaje, por los que ha quemado sus pestañas y sus ojos gastados de 84 años; estaba allí con su guayabera blanca, al lado de su compañera Mireille y de su homenajeador, el editor Juan Grima. Estaba de esa guisa, Bernard, para ser ungido con aceite, como en la Biblia, por personas que lo conocen y que no lo conocen pero que lo admiran por sus escritos, por sus libros que tanto han ayudado a destripar los siglos XVI y XVII en esta tierra de pasado tan musulmán.

Y es que, como por ensalmo, medio centenar de adoradores de la historia y de la cultura acudieron a rendirle pleitesía al hispanista almeriense/francés en un almerzo morisco celebrado en el restaurante árabe Riad que patronea Fátima, quien despacha platos verdaderos, sin trampa ni cartón: cuscús, ternera, empanadillas de miel y té moruno. Allí se celebró el acto de reconocimiento al historiador galo, en el silencio de la sierra, donde no se oye ni a los grillos, una sierra calcinada una y mil veces por los fuegos del verano que vuelve a verdear con generosidad como un trampantojo vegetal, entre arcos de herradura con filigranas imposibles de las mil y una noches.

A pesar del tiempo que lleva viniendo a esta tierra tan querida para él, Bernard no se desprende de su acento de Versalles. Grima lo presentó con tintes de agradecimiento como un pionero de la investigación histórica de la época morisca en el antiguo reino de Granada. Y salieron a relucir otros nombres de historiadores como Ramón Carande, Julio Caro Baroja, Cabrillana, Bennassar o Pierre Villar.

Y firmó el nuevo libro editado por Arráez, este profesor de la Sorbona, honoris causa de cinco universidades, donde se recoge el néctar de su producción investigadora: ‘Aportación a la historia de la provincia de Almería, siglos XV-XVIII’, con ilustraciones de Emilio Sánchez Guillermo, donde se habla de los paisajes que fueron, de la vida cotidiana que fue, de los piratas que venían, de terremotos y calamidades, de ricos y pobres, de libres y esclavos, de nobles y plebeyos. De todo eso y mucho más.

Sus estancias en Almería y Mojácar

Llegaron en un luminoso día de 1969 a Almería, Bernard y Mireille, procedentes de un carmen de Granada. Tomaron una habitación en el Hotel Costasol y empezaron a buscar archivos y bibliotecas como los peregrinos iban a Roma buscando el vellocino de oro. Consultaron el catedralicio, el histórico provincial, el municipal y se toparon, claro, con Tapia, un alma gemela. Después excursionaron a Mojácar a tomar notar en el archivo parroquial y en el histórico de Vera. Se alojaron en el Hotel Indalo en la Plaza Nueva, y después en una casa de los Carrillo, en la calle Enmedio y compartieron tertulias en El Duende de don Esteban, con Clemente Flores y otros autóctonos que les inspiraron para ir empapándose de esa Mojácar y por ende de Almería.

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