Flora Tristán: una pionera
Una mujer que fue pionera en la lucha por la igualdad entre géneros y por los derechos.

Flora Tristán ha pasado a la historia por su lucha.
Ninguno de los líderes del movimiento obrero posterior reconoció su figura. Ni siquiera el movimiento feminista supo de ella hasta que comenzó a buscarse el origen de este activismo. Para más inri, ni siquiera la historia le reconoció por lo que fue o lo que hizo, sino por ser la abuela del pintor Paul Gauguin. Pero ella, nuestra Homo insolitus de hoy, no solo fue una pionera en la lucha por la igualdad entre géneros y por los derechos de los nadie, sino que fue todo un ejemplo vital que en un día tan especial como hoy merece la pena recuperar. Su nombre fue Flora Tristán y esta es su historia.
Su padre, peruano, era de origen español y coronel; Mariano de Tristán y Moscoso. Su madre, una francesa con la que nunca se llegó a casar, Thérèse Laîné, con tan mala suerte que cuando la muerte le sobrevino al primero, cayó en desgracia, arrastrando inexorablemente a Flora, que no pudo recibir una buena educación. Eso sí, durante sus primeros cinco años de vida (nació en 1803), formó parte de la alta sociedad parisina —Bolívar solía visitar a menudo su casa—. Por eso fue más dura la caída. Y Flora, desde su más tierna infancia tuvo que buscarse la vida.
Hasta que con 16 años recién cumplidos entró a trabajar en el taller de un pintor mediocre, poco agraciado, violento y bastante cortito, llamado André Chazal. Influida por su madre y por el hambre, se vio obligada a aceptar la propuesta de matrimonio de aquel miserable, tan alejado de los héroes de las novelas románticas que devoraba como la noche del día.
Con él tuvo tres hijos, pese a todo, aunque uno falleció nada más nacer. Y fueron sus hijos los que le llevaron a tomar una decisión que cambiaría su vida: dejar aquel tipejo y volar. Sin duda, le ayudó leer Vindicación de los derechos de la mujer de Mary Wollstonecraft, una obra que influyó en la formación de su conciencia feminista.
Esto coincidió con algo alucinante que propiciaría este renacer: su tío paterno, Pío de Tristán y Moscoso, era un magnate criollo del Perú que había sido el último virrey antes de la independencia, pero que aún seguía teniendo tierras y pasta. Flora le escribió y su tío, contento por enterarse de que tenía una sobrina, le invitó a ir a las Américas. Y así, en 1833, cruzó el charco.
En el Perú, tomó conciencia de lo que significaba la desigualdad social extrema, ejemplificada a la perfección por la esclavitud, que aún existía allí. Claro, ella era un privilegiada, sobrina de un millonario, que además había comenzado a pagarle una pensión.
A su regreso, dos años después, decidió plasmar por escrito todas sus impresiones. En 1838 publicó su primer libro, a medio camino entre la crónica antropológica y la novela de aventuras, Peregrinaciones de una paria, que se convirtió en todo un éxito de ventas, aunque en Perú, como es lógico, no sentó del todo bien. Le declararon persona non grata.
Riesgo
Por otro lado, ese mismo año, su marido, Chazal, el pintor mediocre, le disparó preso de la ira. La bala se le incrustó en el pecho con tan mala suerte que no se la pudieron extraer. Esto provocó que viviese el resto de su vidacon el riesgo constante de morir, ya que un movimiento brusco podía desplazar la bala y acabar con su vida.
Pero ella siguió viviendo, y escribiendo, ya liberada por fin del pintor, que fue condenado a veinte años de cárcel. Y se lanzó de lleno a lucha por los derechos de la mujer y los trabajadores. Así, en 1840 lanzó su segunda obra, Paseos en Londres, un retrato hiperrealista y descorazonador de aquella urbe deshumanizada, en los albores de la Revolución industrial capitalista. Fue otro éxito, pero a la vez comenzó a ser temida y odiada a partes iguales, y a ser considerada una persona subversiva y peligrosa.
La cosa se puso aún peor cuando decidió lanzar un panfletillo con el que pretendía concienciar a las clases menos favorecidas de que la única manera de acabar con la desigualdad y la pobreza era la acción conjunta. No en vano, aquella revistilla se llamó Unión Obrera. Y la consiguió sacar gracias a que miles de personas se suscribieron a ella.
Piedra fundamental
Ojo, hay que tener en cuenta que en aquella época aún no se había publicado la piedra fundacional, según la injusta historia masculino-obrera, del movimiento socialista: El Manifiesto comunista de Karl Marx y Friedrich Engels. Como era de esperar, este par de dos no le reconocieron el más mínimo mérito. Ni la mencionaron —aunque lo harían más tarde en otra obra conjunta, La sagrada familia—. Ni lo hicieron otros tantos. Y la conocían…
Es más, la famosa consigna «proletarios del mundo, uníos» fue suya. Tendría que pasar más de un siglo para que su figura fuese reconocida por el feminismo y el socialismo francés, especialmente gracias a Simone de Beauvoir.
Flora murió de tifus en 1845, a los 41 años. Al año siguiente se publicó su obra La emancipación de la mujer, todo un clásico del movimiento feminista. Una de sus hijas, la única que sobrevivió a la infancia, Aline, fue madre del pintor Paul Gauguin…