La Voz de Almeria

Salud

La salud mental y un viaje etimológico por la vieja prensa

Habitual era el empleo de frases hirientes: loco, demente, desgraciado, desdichado

Imagen de archivo de periódicos antiguos de LA VOZ.

Imagen de archivo de periódicos antiguos de LA VOZ.La Voz

Juan Antonio Cortés
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Este viernes se ha celebrado el Día Mundial de la Salud Mental. Derecho universal según la ONU, es la mayor preocupación de salud en el mundo. Por encima del cáncer. En la última década, con la burbuja de las redes sociales, los adolescentes asisten a una plaga in crescendo de angustia vital. Cada generación nueva, desde el inicio de siglo, empeora su salud mental con respecto a la anterior, según el informe de 2024 del proyecto La Mente Mundial. Familias más débiles, dependencia de la tecnología y las redes sociales, soledad buscada, pérdida de espiritualidad y sentido de la vida y graves obstáculos para la independencia (vivienda, empleos precarios) son causas sistémicas. 

En el foco, como predijo Bauman, la lluvia de una sociedad líquida con pies de barro y, como elemento distópico, el smartphone y, con él, la cultura de lo efímero. La felicidad solo dura un segundo y todo el universo está en Tik Tok. La realidad: cada vez más jóvenes en las consultas con adicciones, más adultos conectados a la química, más ansiedad y depresión. Los pasillos de la Unidad de Salud Mental de la Bola Azul dan testimonio de ello. También lo saben los psicologos. Y los psiquiatras. Afortunadamente, hay un ejército de profesionales con capacidad para actuar. Muchos, no obstante, se dejan su salud en el camino, pierden el uso de la razón y ven como sus facultades mentales se perturban gravemente. A esto, antaño, se le llamaba locura. O demencia. O poseídos. O alienados. O chalados. O trastornados.

Bucear en la prensa almeriense del siglo XIX y comienzos del XX nos ayuda a encontrar respuestas. ¿Por qué el modelo de prescindencia ha dominado hasta hace bien poco? La salud mental ha sido considerada un castigo y el enfermo, un ser culpable. Consecuencia: reclusión, marginación, ocultación o eliminación. Comenzamos nuestro viaje. 25 de mayo de 1876. En La Crónica Meridional se publica un artículo de La lealtad de Granada: “El loco triste o maníaco al principio no tarda en manifestarse iracundo (...). Generalmente, a los pocos días de encierro se declaran en él síntomas del más grave delirio: grita, forcea, arranca los ladrillos del pavimento, desgarra sus vestidos...”. Dice el periodista que los llamados dementes eran metidos en el calabozo cuando realizaban algún altercado: prisión preventiva antes de ser internados en un hospital y en el manicomio.

Las crónicas relacionadas con episodios traumáticos y públicos de salud mental eran demasiado frecuentes. Habitual era el empleo de frases hirientes; en ocasiones, con inopinado atrevimiento: loco, demente, desgraciado, desdichado. A veces, tiraban de figuras literarias para hermosear las construcciones periodísticas: que si tristes seres privados de la luz, que si pobres alienados, que si insensatos sin responsabilidad moral.

Las gacetillas de los diarios, por muy serios que fueran, solían chismorrear asuntos de la esfera privada. El 11 de mayo de 1883, un periodista de La Crónica Meridional lanzaba este mensaje: “Estamos recibiendo continuas quejas de los procedimientos que usa un desdichado loco que circula por las calles promoviendo alarmas y asustando a las gentes pacíficas (...)”. El plumilla de turno pedía a las autoridades que lo encerrasen, tal como un mono perdido en la gran ciudad, “para tranquilidad del vecindario”.

Inicios del siglo XX. La prensa sigue acogiendo en sus páginas noticias sobre locos en libertad. Unas veces era alguien que se escapaba del manicomio, como aquel Miguel, de Cóbdar, que “ha hecho varios destrozos” en algunos pueblos (1907, La Crónica Meridional). O como aquel Juan, de Terque (1910). O aquel Antonio, que entró en una iglesia por el tejado, “encendió los cirios (...), se puso una capa negra y dio una misa a su estilo”. O como aquel tal Cárdenas, cuya hermana se presentó en el despacho del Gobernador Civil para que lo recluyeran en el manicomio con la amenaza de que darían “suelta al pobre loco” (La Independencia, 1909). O aquel hombre sin nombre que fue conducido desde Adra hasta el Gobierno Civil por un carrero. O aquel Francisco, un jovenzuelo de 22 años que llegó a Almería en 1915 en el vapor Torreblanca desde Orán. Ni la Policía ni la Guardia Municipal quisieron hacerse cargo de él. El capitán del buque resolvió dejarlo en tierra. Al final, le pusieron la camisa de fuerza en la calle ante la mirada curiosa de los “transeúntes”.

A veces, el lenguaje era compasivo y piadoso, pero desde una idea inamovible: que la falsa misericordia no empañara la voluntad de encerrar e incomunicar al sujeto de turno por haber roto las cadenas del pacto social. Estrenando el siglo XX, unas letras sueltas: “Un demente. Hace tres o cuatro días circula por las calles, sin que nadie lo moleste, un infeliz, loco pacífico, que entra en todas partes, y cuando se le pregunta a qué llega, lanza dos o tres gritos guturales, amenaza con un palo que lleva en las manos y se marcha”.

Esta gente, a la que hemos venido llamando infelices, ha sido ajusticiada bajo el pretexto de que “el loco por la pena es cuerdo”. Hospital o manicomio, eran los loqueros quienes aplicaban su método curativo: una habitación-jaula, una correa, una argolla, un bozal de hierro, un collar y un palo para frenar la incontinencia.

Pero lo que más impacta, con la perspectiva del tiempo, es comprobar que en el siglo XIX los periódicos consideraban noticiable el ingreso de una persona con problemas en un centro especializado. Y no ya por la comisión de un hecho delictivo o por la provocación de alboroto social, sino por la sencilla razón de sufrir una enfermedad. Dicho sea de otro modo. 1890. Junio. Una palabra en negrita: loco. “Ayer mañana ingresó en el Hospital Provincial el demente Don L. B. T. (omitimos nosotros el nombre), que, procedente de Huércal-Overa, será trasladado al manicomio de San Baudilio de Llobregat (Barcelona)”, despachaba el cronista. Huelga decir que la protección de datos y la preservación del derecho a la intimidad no eran muy del gusto deontológico del compañero.

Posdata: aunque vivimos en un modelo social y el enfermo mental es un sujeto de derechos, en las aulas siguen escuchándose viejas etimologías: quien no haya oído insultos como anormal, tarado, idiota o chalado, que tire la primera piedra.

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