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"Me dieron 72 horas de vida": Aarón, el almeriense que ha vuelto a caminar tras romperse el cuello

Hoy Aarón Navarro es graduado en Psicología y quiere ayudar a quienes, como él, un día escucharon que no había esperanza

El almeriense Aarón Navarro con un exoesqueleto robótico para la recuperación de la marcha.

El almeriense Aarón Navarro con un exoesqueleto robótico para la recuperación de la marcha.La Voz

Elena Ortuño
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Hay vidas que parecen escritas por un guionista con resaca, pero con gran talento para remover las entrañas. La de Aarón Navarro es una de aquellas. No por lo improbable, que también, sino por lo brutalmente real. Si alguien la llevase al cine, bastaría con un sobrio rótulo sobre fondo negro: "Basado en hechos reales. Aunque usted no lo crea".

La suya comenzó un 30 de marzo de 1999, como empiezan las historias que aún no saben que lo son. Dieciséis años después, el guion se torció. O se enderezó, según se mire. Un salto mal calculado, una vértebra que se rompió como si fuera de cristal, y una vida que se partió en dos sin pedir permiso ni perdón.

Los médicos no le dieron más de 24 horas de vida. Que avisaran a la familia, dijeron. Que lo fueran asimilando. Un último adiós. Pero el almeriense, que por entonces tenía más voluntad que años, decidió que no; que si había que morir, sería otro día.

Hoy, dos lustros después de aquel brutal accidente que le provocó una lesión medular con tetraplejia del 81%, la secuela de la película empezaría con una escena que haría llorar al director más cínico: un joven de casi dos metros caminando por la calle. No por milagro, sino ayudado por un exoesqueleto y por la ciencia, pero, sobre todo, por su cabezonería y un puñado de decisiones que desafiaron protocolos, estadísticas y pronósticos.

Aarón Navarro, el almeriense que ha obtenido una beca social de seis meses promovida por ASPAYM Almería y la clínica especializada Neuroal.

Aarón Navarro, el almeriense que ha obtenido una beca social de seis meses promovida por ASPAYM Almería y la clínica especializada Neuroal.La Voz

El primer giro de guion

Aarón quería ser médico. Era uno de esos críos que se tragaban todas las series de hospitales como si fueran manuales de supervivencia. Y menos mal, ya que fueron su cabeza bien amueblada y su gran afición por el baloncesto los que le salvaron la vida en un primer momento.

"Todo ocurrió veinte días después de cumplir los 16. Ensayábamos un musical en el instituto, para el que tenía que saltar sobre un compañero y caer en una colchoneta. Pero ese día no llevaba chándal, solo el uniforme. La profesora me dijo que lo hiciera descalzo. Resbalé. Caí de cabeza. Me rompí la cervical", cuenta con una naturalidad propia de quien narra lo que cenó la noche anterior.

A partir de ahí, su vida, en lugar de pararse, se aceleró: "Les dije que no se movieran. Si salía de esa, sería por mis propios medios. Si no, que esperaran a emergencias. También pregunté si me sangraban las orejas o la nariz, por si había hemorragia interna".

Su relato contrasta con el de sus padres, que recibieron una llamada: Aarón se había caído. No podía moverse. Fueron ellos la verdadera fuente de preocupación del joven durante todos los meses que duró su recuperación. "Mi mujer fue tratada por la ambulancia antes que mi hijo. Le dieron una pastilla para los nervios que aún hoy en día no le permite recordar bien aquel día". Aunque estuvo allí. Aunque lo vivió todo. 

Aarón Navarro durante sus entrenamientos de rehabilitación.

Aarón Navarro durante sus entrenamientos de rehabilitación.La Voz

La intervención del doctor Escribano

El pronóstico inicial fue devastador: "Le dijeron a mis padres que se despidieran. Me quedaban 24 horas de vida". El reloj empezó a correr mientras los médicos debatían si valía la pena intervenirlo. Algunos, con más años de experiencia, pensaban que no había nada que hacer. Que lo mejor era no tocarlo.

Pero el doctor Escribano, en aquel entonces en activo desde el Hospital Torrecárdenas y recién estrenado en la paternidad, no vio un caso clínico, sino a un crío y a unos padres terriblemente afligidos. Y no dudó: "Lo operamos de urgencia. Ahora, cada vez que lo veo, no me arrepiento en absoluto de haber tomado esa decisión".

La técnica fue casi de ciencia ficción: una corpectomía. Le quitaron la vértebra rota y la sustituyeron por un cilindro metálico que se auto expande. Como quien cambia una pieza de motor. Le dejó algo menos de movilidad en el cuello, sí, pero casi inapreciable. "Lo que hizo fue una obra de arte… Todos los médicos se quedan maravillados al verlo en las radiografías", reconoce con admiración el padre de Aarón, Miguel Navarro.

La tenacidad del chiquillo es heredada y así se demostró tras la operación. Para su recuperación, lo quisieron mandar a Granada, pero sus padres, que no se conformaban con lo que tocaba, exigieron Toledo. El Hospital Nacional de Parapléjicos. El mejor. Y como nadie se lo puso fácil, pagaron un helicóptero de su bolsillo que no les dejaron aparcar en el centro sanitario.

"Yo asumí pronto lo que me pasaba, pero lo que más me dolía era ver que mis padres lo pasaban mal"Aarón Navarro

Aarón llegó hecho polvo: deshidratado, con más de 40 de fiebre y una atelectasia pulmonar que le robaba el aire. "Ese viaje fue lo peor. Sentía que me moría", cuenta. Y no exagera. En Toledo, los médicos se llevaron las manos a la cabeza. Por suerte, también encontró a una profesional que sabía lo que hacía. Le evitó una traqueotomía. Gracias a ella, hoy puede hablar sin problema.

Durante todo ese tiempo, su madre no se movió de su lado. El padre, Miguel, hacía 1.200 kilómetros cada fin de semana para verlo. "Lo que más me dolía era verles pasarlo mal. Pero aunque estuvimos separados, cuando estábamos juntos, estábamos muy unidos", dice Aarón. Y no hay frase que resuma mejor el sentimiento con el que la familia ha afrontado el sino de su hijo.

Presente y futuro

Aarón volvió a Almería, y como quien regresa a casa para curarse las heridas, empezó a mejorar. En quince días avanzó más que en seis meses. Un convenio entre ASPAYM y la clínica de neurorrehabilitación Neuroal le ha dado hoy una nueva oportunidad: diez años después, lo han puesto a andar, literalmente. Con un exoesqueleto camina 1.500 pasos por sesión. No es poesía, es ciencia y resiliencia.

Estudia Psicología, porque si alguien sabe lo que es estar al borde, es él: "Me dieron 72 horas de vida hace diez años. Desde entonces, no me creo nada". Así se sacó la carrera. Ahora, a sus 26 años, va a por el máster y si mañana decide ser astronauta, nadie que conozca su historia apostaría en contra. 

El doctor Escribano lo explica sin rodeos: "Aarón no se rinde nunca. La palabra imposible no está en su vocabulario". Y cada vez que lo ve, le recuerda por qué vale la pena saltarse el protocolo de vez en cuando y operar cuando otros ya han tirado la toalla. Porque hay gente que inspira. Y luego está Aarón, que directamente te obliga a levantarte del sillón.

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