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El joven que ha dedicado toda su vida a llevar la tradición del turrón artesanal por las ferias de Almería

Pedro Ibáñez lleva desde los 10 años recorriendo los pueblos de Almería y Granada continuando el legado de su padre, la venta ambulante de turrón artesanal

Pedro Ibáñez ahora (izquierda) y junto a su padre (derecha) aprendiendo el oficio de turronero.

Pedro Ibáñez ahora (izquierda) y junto a su padre (derecha) aprendiendo el oficio de turronero.La Voz

Jaime Molero
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Toda una vida dedicada al turrón. Se llama Pedro Ibáñez, tiene 25 años y lleva desde que tiene uso de razón rodeado de almendras y bloques de turrón, la profesión que ha recibido de su padre, y que ha terminado siendo su pasión y forma de vida. Con 10 años comenzó a salir junto a su padre a recorrer fiestas de pueblos, un juego de niños -al principio- que nunca pensó que podría convertirse en su día a día.

Pedro es natural de Ugíjar, uno de los pueblos de la Alpujarra granadina que colinda con Almería, pero lleva toda una vida recorriendo pueblos como Laujar, Fondón o Fuente Victoria. Con 16 años dejó de estudiar para dedicarse al negocio familiar, la elaboración y venta ambulante del turrón. Y con 18, su padre, la persona que le inculcó la pasión por el turrón, falleció, dejando el negocio familiar en manos de Pedro y su hermana Chari.

El trato humano del vendedor ambulante

El negocio, de al menos 3 generaciones, se llama Dulces y Turrones Ibáñez Aguado y por el momento no se va a perder gracias a Pedro y su hermana. Ahora, él se encarga de la venta ambulante y Chari de la fabricación del turrón. Un turrón artesanal hecho a base de miel de Tabernas o almendras de los agricultores de la zona que le siguen haciendo recorrer los pueblos de la provincia con el mismo éxito de antaño.

Pedro Ibáñez de pequeño aprendiendo el oficio del turronero.

Pedro Ibáñez de pequeño aprendiendo el oficio del turronero.La Voz

Trazando un recorrido por la vida de Pedro, no puede evitar recordar con cariño sus primeros años: "Me he criado con la fábrica de turrón debajo de casa, no sé hacer otra cosa. Al principio cuando recorría pueblos con 10 años me lo tomaba como un juego; ayudaba a mi padre y hacía amigos por las fiestas", cuenta el joven para LA VOZ. Un momento del que guarda especial cariño es su primera feria solo. Una experiencia con tan solo 14 años, en el pueblo almeriense de Fuente Victoria, que marcaría el primer paso de una profesión que parece ser eterna en su familia.

Pedro siempre supo que su vocación era ser turronero, como su padre, como su abuelo. De hecho, nunca llegó a plantearse otra opción: "Llevo toda la vida dedicándome a esto, es mi vida. Me acuesto pensando en la siguiente feria que voy a visitar al día siguiente", detalla. Un día a día, del que destaca el trato con los lugareños de los pueblos que recorre, que "se llevan una ilusión tremenda" cuando le ven al año siguiente.

"Cada año que voy a un pueblo de Granada hay un señor ciego de unos 70 años que conoció a mi padre, y que cada año viene dando golpes con su bastón hasta llegar a mi puesto", detalla el joven como una de las experiencias que hacen grande su profesión y que le hacen conservar la pasión por lo que hace.

Pedro Ibáñez, junto a su padre, aprendiendo el oficio del turronero.

Pedro Ibáñez, junto a su padre, aprendiendo el oficio del turronero.La Voz

Un trabajo... ¿fácil?

La profesión del turronero no es sencilla, aunque para Pedro, que se ha criado haciéndolo, sí lo es. Es uno de aquellos oficios que, con el paso del tiempo, parece que se disipan poco a poco. No obstante, para el joven no hay una caída notable del sector, "hay años buenos y otros no tanto, todo depende de muchas variables", pero sí es consciente de que no hay mucha gente de su edad que haga lo que él hace. 

Lo mejor de su trabajo lo tiene claro: "El trato con el cliente y que cada día es una aventura distinta". ¿Lo peor? No está tan seguro. "Hay gente que me dice que cómo puedo pasar tantas horas... Yo no caigo en eso, llevo toda la vida haciéndolo y no sé hacer otra cosa", detalla el joven. 

Un oficio expuesto a condiciones meteorológicas desfavorables y a largas jornadas de entre 16 y 20 horas seguidas durante varios días que, sin embargo, no merman su ilusión. De hecho, este año le cayó un cohete de fuegos artificiales encima de su puesto que le produjo quemaduras leves, una experiencia que no es habitual, pero que ilustra a la perfección la exposición de su trabajo.

Pedro Ibáñez en la actualidad en su puesto de turrón.

Pedro Ibáñez en la actualidad en su puesto de turrón.La Voz

El secreto del turronero, además del buen trato, también está en su turrón. La elaboración del turrón que vende Pedro es lenta, artesanal y cuidadosa. "El secreto del turrón, además de los ingredientes, es hacerlo sin prisa. No hay un tiempo definido, es el turrón el que elige cuando sale", cuenta. Pedro y su hermana Chari se han mantenido fieles a la tradición y descartan rotundamente industrializar su negocio con máquinas o ingredientes más accesibles. 

Una estrella en redes

Para la sorpresa del entrevistado y protagonista de este reportaje, en las últimas semanas se ha convertido en toda una estrella en redes. En tan solo un mes ha conseguido más de 10 mil seguidores y cientos de miles de visualizaciones haciendo lo que mejor sabe: cortar bloques de más de 50 kilos de turrón. Lo hace igual que en las ferias delante de sus clientes, con un martillo y una cuchilla y cortando el pedazo personalizado que el cliente desea.

"No me esperaba la acogida. Creo que mis videos gustan por la naturalidad, para mí es algo normal. No son videos profesionales y parece que a la gente le gusta, no sé...", explica con humildad Pedro, que en realidad solo ha querido compartir en redes su día a día. 

En definitiva, un granadino -casi almeriense- que no cree tener ningún mérito. Él ha sacrificado todo, aunque sin ser obligado, por mantener la tradición familiar. La tradición del turrón le ha llegado sola y él ha hecho lo que siempre ha visto hacer a manos de sus antepasados. Un negocio, de los que cada vez quedan menos, que le ha escogido a él. Un oficio que, por seguro, mantiene orgulloso a aquel abuelo que un día inició un negocio de turrones con un futuro incierto. 

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