Más allá de las chabolas 'famosas': 1.500 personas viven en casetas de invernadero y cortijos abandonados
El Servicio Jesuita a Migrantes analiza la situación del chabolismo menos mediático en un meticuloso informe

Cuatro imágenes de infraviviendas en casetas de invernaderos y cortijos abandonados de Níjar.
Aminata está embarazada. Es de Costa de Marfil y lleva viviendo en España solo ocho meses. Reside, junto a su marido, en un cortijo abandonado pegado al almacén de un invernadero. Tiene varias preocupaciones, pero ahora mismo hay una muy concreta: los frecuentes cortes de agua hacen que tenga que recurrir a agua de riego de una balsa. "A veces me pica la piel, como quemar, y tengo miedo por el bebé; no sé si esta agua es buena", explica Aminata.
El de esta mujer es solo uno de los testimonios recogidos por el Servicio Jesuita de Migrantes en un reciente informe que trata de poner luz en un lugar recóndito, en el extrarradio del extrarradio: las infraviviendas invisibilizadas que también existen en Almería.
Más allá de las chabolas 'famosas' del Campo de Níjar, como las del multitudinario asentamiento de Atochares, también existen otros lugares en los que, más que vivir, se sobrevive. Es lo que el Servicio Jesuita a Migrantes define como la 'infravivienda rural diseminada': cortijos abandonados, casetas de aperos, almacenes de invernaderos e incluso remolques reconvertidos en vivienda. En ellas residen trabajadores del mundo agrícola almeriense, alejados geográficamente de las pequeñas 'ciudades' de chabolas en unas condiciones alejadas de lo digno.
En el informe 'La infravivienda invisibilizada', el Servicio Jesuita a Migrantes aporta datos concretos fruto de un meticuloso estudio para el que, literalmente, se ha recorrido palmo a palmo una extensa zona de Níjar. El dato, abrumador: entre 1.250 y 1.400 personas residen actualmente en infraviviendas rurales dispersas. Entre ellas, habría alrededor de 275 menores de 14 años.
El informe del Servicio Jesuita a Migrantes se plantea como "punto de partida", como "una mirada innovadora a esta realidad poco explorada". Tanto desde las administraciones como desde los propios medios de comunicación se pone atención en los últimos tiempos en los asentamientos chabolistas, pero existe otra realidad similar, cercana e igualmente flagrante.
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No obstante, no por ser un simple punto de partida el informe se ha realizado a vuelapluma. Todo lo contrario. Realizado por María Martín, Javier Barrio y Daniel Izuzquiza, el estudio nace de un intensivo campo de trabajo en el que se ha recorrido la zona rural comprendida entre Puebloblanco y Atochares, visitando de manera sistemática un total de 219 parcelas catastrales en busca de indicios de vida en espacios que, en muchas ocasiones, ni siquiera están reflejados en el Catastro y determinar si presentan "condiciones dignas" o si, por el contrario, son infraviviendas.
Todo, para subrayar "el peligro de centrar la atención solo en los asentamientos más visibles" y dejar claro que "los asentamientos chabolistas no son la única expresión de la infravivienda en Níjar".
No solo chabolas: tres tipos de infravivienda
Para centrar el estudio en una categoría concreta -la de la infravivienda rural diseminada-, el Servicio Jesuita a Migrantes estipula claramente tres tipos de infravivienda presentes en el Campo de Níjar.
La primera de ellas es la archiconocida chabola, construcción hecha con palés y plásticos que tiene ahora mismo su máxima expresión en Atochares. Según la Mesa del Tercer Sector de Níjar, en 2025 hay unas 1.600 personas residiendo en, aproximadamente, 40 asentamientos chabolistas.
En segundo lugar, los jesuitas plantean la tipología de la infravivienda urbana, compuesta por garajes habitados en los que se produce habitualmente el hacinamiento. Si bien no hay estudios respecto a esta clase de infravivienda, se estima que hay cientos de familias viviendo así.
Por último, está la infravivienda rural diseminada, en la que se centra el informe.
¿Cómo son?
Las infraviviendas dispersas en zonas rurales presentan, según el informe del Servicio Jesuita a Migrantes, "condiciones materiales similares o incluso más severas", pero con una dificultad añadida: cuentan con un mayor aislamiento geográfico, social y administrativo.
De hecho, uno de los retos a la hora de elaborar el informe fue el del acceso a algunas zonas. Cortijos vallados y cerrados en cuyo interior se encuentran las casetas para aperos y los almacenes de invernaderos en los que malviven trabajadores del campo.
Caminos no asfaltados, dimensiones muy reducidas, ausencia de agua potable, problemas de humedades, falta de ventilación o de instalación eléctrica son solo algunas de las muchas deficiencias de las infraviviendas localizadas por el Servicio Jesuita a Migrantes.
Acompañando a los datos, el informe incluye algunos testimonios de habitantes en este tipo de infravivienda. Al igual que Aminata, la mujer embarazada del inicio de estas líneas, residen en cortijos Ahmed ("No somos vigilantes, pero cuidamos el sitio"), Dauda ("Hay semanas que solo tenemos electricidad dos o tres días"), Cheik ("El dueño no quiere que enchufemos estufas para que no suba la factura de la luz") y la familia de Souleyman y Fátima, con dos niños ("No pueden invitar a nadie, ni amigos ni nada, están todo el día solos").
La dificultad de cifrar tanto las infraviviendas como el número de personas que habitan en ellas no ha impedido a los jesuitas esa aproximación en base a los lugares habitados descubiertos en el Campo de Níjar. Y, con ello, una serie de conclusiones y recomendaciones que parten de reconocer que este es un problema de gran magnitud que, además, necesita de mayor visibilidad además de soluciones comunes a la situación de los asentamientos chabolistas: políticas públicas, colaboración del Ayuntamiento a la hora de inspeccionar y rehabilitar las viviendas, alternativas existentes... Las recomendaciones pasan por romper el silencio, también desde los medios de comunicación, y señalar que existe una periferia fuera de la periferia. Las infraviviendas rurales dispersas en el Campo de Níjar.