"El alcalde y el cura merecen 10.000 palos": así fue una de las inocentadas más memorables de Almería
Ha pasado a la historia popular de un pueblo entero

Iglesia de Somontín.
Puede sonar a escándalo, a bronca monumental o incluso a ajuste de cuentas vecinal. Pero no.
Esta frase, repetida durante décadas de boca en boca en el Almanzora, esconde una de las inocentadas más memorables del siglo XX en un pueblo de Almería. Ocurrió en los años 50, en Somontín, y todavía hoy se recuerda entre risas.
Muchos padres y abuelos la han contado alguna vez, casi como si fuera una leyenda local. Todo empezó un Día de los Santos Inocentes, cuando el pueblo estaba reunido tras la misa, en pleno ambiente navideño. Nadie sospechaba que estaba a punto de convertirse en protagonista involuntario de una broma tan elaborada como genial.
El cerebro de la historia fue don José María Marín Miras, cura de Somontín en la mitad del siglo pasado, quien dejó constancia del episodio en su libro 'Retazos de una historia en la Comarca del Mármol'.
Según relataba, decidió “animar la jornada festiva” inventándose nada menos que la llegada del vicario de la diócesis, supuesto encargado de preparar una futura visita pastoral del obispo.
La noticia corrió como la pólvora. Se anunció que el recibimiento sería a las 12 del mediodía, convocando al pueblo con los tradicionales tres toques de campana.
El resultado fue espectacular: prácticamente toda la localidad congregada en el “pretil”, la banda de música preparada, el alcalde al frente de la corporación, vecinos con sus mejores galas e incluso abrigos de piel, auténtico lujo para la época.
Cuando el ambiente estaba en su punto, apareció por la carretera que venía de la estación de Purchena la comitiva esperada. O eso creían todos. Cuatro jóvenes avanzaban, uno de ellos vestido con sotana y montado en una mula, mientras otro tiraba del ronzal. Delante, dos muchachos portaban una pizarra escolar. Fue entonces cuando la inocentada quedó al descubierto. En la pizarra podía leerse:
Los Santos Inocentes
al pueblo han congregado
a hacer recibimiento
al ilustre vicario.
El cura y el alcalde
merecen diez mil palos,
porque a esta buena gente
la inocentada han dado.
La reacción fue inmediata. Primero, sorpresa. Después, carcajadas. La banda dejó de tocar las marchas solemnes y arrancó con “La Raspa”, una canción muy popular en la época, a la que el pueblo puso letra propia mientras comenzaba un pasacalles improvisado que acabó convirtiendo el día en una fiesta que se alargó hasta la noche.
La broma estaba cuidadosamente preparada. El alcalde estaba al tanto, al igual que el sacristán, desde cuya casa salieron los jóvenes. Lo que no sabían estos últimos, hasta el último momento, era el verdadero alcance del encargo que les había hecho el cura.
Que casi nadie conociera el plan fue clave para su éxito. Aunque, como reconocía el propio don José María, no a todos les sentó igual de bien. Algunos de los personajes más importantes del pueblo no encajaron la inocentada con tanto humor.
Aun así, setenta años después, Somontín sigue recordando aquel día en el que un cura, un alcalde y una pizarra escolar lograron lo que muy pocas bromas consiguen: pasar a la historia popular de un pueblo entero.