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El estreno del nuevo mariscal de campo

El estreno del nuevo mariscal de campo

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Apareció como el que acaba de llegar de unas vacaciones: sin corbata, sonrisa lacónica, con la timidez del primer día. Allí estaba Juan de la Cruz, el nuevo presidente de la mayor cooperativa de crédito hispana,  de la Credit Agricole andaluza; allí estaba, entre micrófonos y flashes,  con nombre de santo y apellido de conquistador, el hijo de un querido comerciante de la calle Las Tiendas. “Aquí estoy para lo que queráis”, dijo con humildad franciscana, el que fue botones y ahora es auriga; el que solo se vanagloria de haber trabajado y trabajado como un mulo, en los despachos de la vieja rural almeriense, entre bambalinas. Nació en 1950 y con solo 18 años Juan del Aguila, su mentor, lo fichó como meritorio, como botones, para esa oficina de créditos para los campesinos almerienses que empezaba a alborear. Era 1968, en París lanzaban adoquines, mientras Juan de la Cruz hacía recados, iba a por sellos al edificio de Correos donde depositaba las cartas entre las fauces de los felinos de la entrada del edificio y abría las puertas a los clientes.
Después fue creciendo, claro, madurando, asumiendo nuevas responsabilidades, mientras se hacía un hombre, a base de aprendizaje y esfuerzo.
Fue pasando por puestos claves, siempre bajo la sombra acrisolada de Del Aguila, heredero de otros pioneros como Durbán Remón, Jesús Espinosa,  Miguel Quesada. Fue vislumbrando, con la alegría del que avanza, cómo la caja se iba haciendo grande. Cómo aquella modesta oficina donde ingresó casi con pantalones cortos ya no era ninguna bagatela.
En 1986 fue nombrado subdirector general y en 1992, el año en que ocurrió todo en España, director general. A partir de 2000, tras la fusión con Málaga, ya era uno de los timoneles de la nueva Cajamar. Seis años después es nombrado vicepresidente de la entidad y consejero delegado. Hasta el día de ayer en el que asumió el rol de patrón, de general de campo, de cabeza visible de una nave financiera que se  ha transformado en todo un orgullo para la provincia; una nave que también tiene que tener agradecimiento mútuo a los almerienses, a los agricultores, a los empresarios locales que han confiado en ella en el mismo grado.
Ayer dijo, con los galones de capitán aún sin estrenar, con la perilla escueta que gasta, que nunca había pensado cuando entró en la primera oficina, hace ahora 43 años, que podía llegar ese momento.
Pero lo cierto es que el hijo del tendero es ahora presidente de Cajamar, a pesar de la discreción que le gusta gastar, a pesar de la sencillez y el hablar pausado, tendrá que empezar a acostumbrarse a coger la batuta y dirigir una orquesta que suma ya más de un millón de socios.


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