El gobernador ilustrado
El gobernador ilustrado
Llegó de la villa y corte a una aislada Almería (aún no había rastro de puerto ni ferrocarril) para impulsar las obras del Muelle, una mañana de primeros de marzo de 1878. Y se marchó en plena feria de agosto, tan solo seis meses después.
Fue el gobernador ilustrado de la más seca provincia de la época en la Restauración borbónica; el periodista y literato que en solo medio año hizo amistades inquebrantables entre los patricios locales, entre sus colegas de la prensa diaria y satírica de Almería; entre las clases populares, que aplaudieron que rebajara el cobro del impuesto sobre el consumo en los fielatos y la exacción ilegal de los funcionarios en el cobro de discrecionales tasas a los vecinos.
Fue Carlos Frontaura y Vázquez (Madrid, 1834-Madrid, 1910) el más encendido ejemplo en la historia de Almería de que para emprender empresas esenciales, para desenredar entuertos, para enmendar yerros, no es necesario acumular décadas en la poltrona: con solo seis meses, Frontaura se bastó para embocar por fin la constitución de la Junta de Obras del Puerto, para limar asperezas entre egos tan singulares de la época como los Balmes, Roda, Orozco, Terriza o Vílchez; o para conquistar el corazón de la ciudad como autor de obritas de teatro que se representaban en el Teatro Principal.
Cuando su amigo Cánovas del Castillo le otorga el Gobierno de la ‘ínsula’ de Almería, Frontaura era un polifacético madrileño que había adquirido ya notoriedad como abogado y como fundador del diario satírico El Cascabel, donde colaboró también el periodista abderitano Enrique Sierra Valenzuela. También se había erigido ya como uno de los principales impulsores de la zarzuela española y como autor teatral con sus obras ‘Las astas del toro’ y ‘Un caballero particular’.
La sociedad almeriense de la época lo recibió con hosannas, hartos de su antecesor, el gobernador interino don José Blanco Muñoz, y acordándose del añorado Onofre Amat, el primer gobernador de la provincia tras el pronunciamiento de Martínez Campos en Sagunto que laminó lo poco que quedaba ya de la I República española, aquella que enarboló el paisano alhameño Salmerón. Almería, en esos días tan lejanos, estaba rematada por un humilde fondeadero parcialmente abrigado, que había empezado a construirse a partir de 1838, donde desembarcó Isabel II en su solemne viaje de 1862.
Solo entraban a puerto algunos famélicos pailebotes, laúdes, bombardas, bergantines, goletas y pequeños vaporetos que hacían acopio de uva y mineral en los primitivos tinglados junto al fielato. En menos de un mes, Frontaura convocó asamblea para la constitución de la Junta de Obras del Puerto que venía fraguándose desde hacía siete años a través de una Junta Gestora. Se asignó un sueldo de 2.000 reales mensuales al ingeniero Trías que había sido designado como director de las obras.
Bajo la presidencia de Frontaura y del jefe interino de la Sección de Puerto, Manuel Ceferino Rincón, quedó definitivamente constituida, previas elecciones en Diputación, la Junta en la que figuraban nombres tan capitales como el arquitecto Enrique López Rull, Antonio Barbarín, José Spencer, Justo Tovar, Miguel Morcillo, Cristóbal Espinosa, Miguel Balmas, Patricio Benítez, Vicente Gay, Luís Terriza, Fernando Roda, José María Castillo, Antonio Iribarne, Manuel Orozco, Felipe Vilches y Francisco Jover.
Se autorizó por Real Decreto el cobro de arbitrios e impuestos de carga y descarga para financiar las obr