Benditos locos maravillosos
Günther y Mary Anne Kunkel eran Adán y Eva. Su “Jardín del desierto” no fue posible:
Recuerdo cuando, en el siglo pasado, Günther Kunkel me hablaba, con preocupación y alarma, del agujero de ozono, del cambio climático, y yo no era capaz de comprender la magnitud de la tragedia que se nos venía encima.
¿Qué hemos hecho entre todos para llegar a la situación actual? El huracán asesino de Haití me ha recordado, claro, a Günther y Mary Anne, un matrimonio de locos benditos, apóstoles de la Naturaleza bienhechora, de quienes tuve el privilegio de ser amigo. Y, como yo, Anna María y los niños. De hecho, cuando falleció Günher, en 2007, Mary Anne me escribió una carta muy hermosa “recordando la imaginación casi sin límites de un amigo”. Lo de la imaginación fue un error de Mary Anne: eran ellos, no yo, los imaginativos. Y, si me apuran, hasta sus animales: todos eran una gran familia.
Muchas tardes íbamos a su paraíso de Pechina. Cristina, mi hija, una niña, le daba de comer a Atalaya, una lagartija que, a media tarde, salía a tomar el sol. Günther ponía algo en la mano de Cristina para que se lo diese a Atalaya. Cristina se le acercaba, se lo ofrecía y Atalaya, lejos de huir, comía en su mano.
Creo que mis hijos llegaron a considerar a Günther un abuelo, no sé si mago o mágico, que también nos hizo amigos de Diógenes, un murciélago lisiado, al que una noche, cuando se apercibieron de su lesión, llevaron con todo mimo a Urgencias de Torrecárdenas para que los Médicos de guardia le arreglaran la pata, y los Médicos, claro, los enviaron a casa pensando que, en vez de ecologistas y protectores de la vida más débil, eran dos chiflados. Los Kunkel, también claro, hablaban airados de la Sanidad española y de la insensibilidad de los Médicos –me río al recordar su ira- por no haber atendido a Diógenes que, sin duda resentido –Diógenes, digo- se aisló, y vivía solo, a diferencia del resto de sus compañeros murciélagos, a cuyo despegue asistíamos algunos atardeceres: por un agujerillo del tamaño de una aceituna en la pared de la casa, salían como flechas, mientras los Kunkel, Anna María, los niños y yo esperábamos sentados en un poyete del jardín. Un jardín en el que otro día tuvimos que hacer guardia casi durante veinticuatro horas para ver abrirse una flor que sólo florecía una vez al año y vivía sólo unos minutos.
Günther y Mary Anne eran, sin duda, Adán y Eva en su Paraíso: auténticos, virginales, y transmitían esa virginidad de la tierra todavía no nacida, porque la iban a hacer ellos -literalmente, creaban tierra, con sus manos-, ese vivir hermanados con los animales, hasta el extremo de que un día nos dijeron que apenas habían dormido esa noche porque unas salamanquesas se habían puesto, sobre el techo de su alcoba, “a hablar entre ellas” y no habían conseguido entender “del todo” su diálogo.Eran, de verdad, Adán y Eva, primigenios, naifs, naturales: vivían la vida como alguna vez, seguro, se vivió la vida.
Una vida que trataron de recrear en su sueño del “Jardín del desierto”, que jamás pudo convertirse en realidad por falta
de apoyos administrativos. Almería, la provincia más desértica de Europa, no les dio ninguna facilidad para llevar a cabo su proyecto, que hoy sería una realidad de prestigio mundial. Quienes debían haberlo hecho posible tenían uno en su cabeza.
Hartos, se trasladaron a Vélez Rubio donde, al parecer, les habían hecho alguna promesa… luego incumplida.
Al poco de estar allí, recibí una carta de Ghünter, en
su español peculiar. Me mandaba sus últimas publicaciones, con unos dibujos excepcionales de Mary Anne, y me contaba que “en esta choza –su cortijo- no hay radio ni televisor ni conexión por fax ni e-mail; de Internet y P.C. ¡ni hablar! Seguimos siendo “salvajes.” Y me invitaba a una visita urgente y, como guía, me adjuntaba un croquis del itinerario, con esta apostilla: “En caso de no encontrar el sitio por neblina, nieve, derrumbes, falta de luz, etc., vuelve a llamar”. Y es que añadía: “sigo fracasando… sin embargo, siendo irónico y feliz, típico Quijote tratando de forzar una puerta abierta… Y Mary Anne sigue siendo artista, jardinera, ama de casa y buena compañera: somos privilegiados”, acababa su carta el hombre que hizo verdad el “cuentan de un sabio que un día / tan pobre y mísero estaba, / que sólo se sustentaba / de una yerbas que comía”. Era verdad: una noche nos invitaron a cenar “sopa de bledos” que “cuando está caliente, tiene sabor a ternera” –dijeron- y “tortilla de pinillos”, es decir, de pinos jóvenes.
Decía Azorín que “el paisaje somos nosotros, nuestro espíritu, sus melancolías, sus anhelos…” ¿Qué somos, qué anhelamos?
Javier Fernández Al ambicioso e insensato crispador lo ha sustituido, en el PSOE, un sosegador inteligente –Javier Fernández- que razona y explica, un hombre normal, algo que, hoy, parece excepcional. Una vez diagnosticada la grave enfermedad que a su Partido le contagiaron Zapatero y Sánchez, trata de curarla, aunque haya quienes -Patxi, Francina, Iceta…- prefieran seguir camino del matadero. Si hubiera Elecciones, ¿a dónde iría el PSOE, sin candidato, sin un euro, fracturado…? En la oposición se regeneraría y mandaría.
La fiesta nacional Todos los países celebran la suya. ¿Se imagina al Gobernador de algún Estado de EE.UU. negándose a celebrar el 4 de julio; a algún Prefecto francés rebelándose contra el 14 de julio…?
Spain is different: los presidentes regionales y algunos representantes de Partidos no sólo se niegan a celebrarla sino que afirman que es la conmemoración de un genocidio (sic.)
¿Para qué sirve que la Constitución –que todos han jurado- diga categóricamente que España la patria común e indivisible de todos los españoles?
Bob dylanMe ha sorprendido la concesión del Nobel de Literatura. Lo consideraba un músico y, como tal, recibió el Príncipe de Asturias de las Artes. Yo creía que la Literatura se limitaba a la creación literaria –prosa, teatro o poesía- en sí misma, pero el Diccionario de la Real Academia la define como “arte de la expresión verbal”.
Así, el Nobel sería de lo más ortodoxo pero me parece heterodoxo. No sé a qué quedarme. Claro que, eso, me pasa ya con casi todo: el tiempo corre muy deprisa para los viejos.