Elogio de los abuelos
Merecen una palabrita de aliento estos viejecitos amables que juegan, a la petanca y se reúnen para hablar de política
“ Abuelo, abuelo, llévame a la feria, cómprame un cuento, me ha dicho mi madre que compres el pan, que me lleves al colegio y que luego me recojas.” Dentro de la estructura familiar española, el abuelito se ha convertido en alguien imprescindible. Hablo, claro está, de los niños que aún pueden tenerlo, porque entre las familias rotas, desestructuradas, incomunicadas por el odio y la soledad, ya no ni siquiera la providencia amorosa del abuelo. En la mayoría de los casos la culpa la brota del paro o de los horarios subnormales de ciertos trabajos. Oye, que me han dado en una cafetería una ocupacioncita de nada y dicen que de allí sabe Dios cuando se sale, El matrimonio apenas si se ve. Si uno duerme el otro trabaja, y al revés. Y el abuelo gira como la pieza maestra que le falta a la mayoría de las parejas. Abuelo para hacer la compra, para llevar a los niños al médico, para pagar alguna factura que quedó atrasada, menos mal que el abuelo aún cobra su pensión. Como esto se acabe pronto , como dicen las malas Casandra que solo auguran catástrofes, vamos a saber lo que vale un peine. La frase popular del que no tiene abuela tomará seguramente otros derroteros simbólicos porque serán ellos a quienes tenga que auxiliar la caridad pública, niños menesterosos sin padre, sin madre y sin abuelo. Si esto ocurriera se notaria no poco en los presupuestas el Estado. Hay analistas no se cansan de advertir que caminamos hacia una sociedad desprotegida. Los que peor la pasaran serán los jóvenes de hoy, o sea lo que no tienen abuela. Entonces conoceremos mejor la labor que llevan a cabo estos abuelos de larga duración que, lejos de ser una carga paras las administraciones, como probablemente temen tantos economistas sin alma, sea una bendita compensación familiar. Merecen, pues, una palabrita de aliento estos viejecitos amables que juegan, sí, a la petanca y se reúnen para hablar de política pero, en cambio, a todas horas preguntan también cuándo salen los niños del colegio, cuándo llega el médico al ambulatorio, corriendo a toda prisa porque abajo porque ya es la hora de darle el biberón al pequeño. La crisis ha devuelto a los ancianos inútiles el antiguo protagonismo del cual fueron apeados echados cuando el mundo creíamos era de los jóvenes.