¡Pobre PCE!
La imagen no se me olvida. Pasarán muchos años y no se borrará de mi memoria. Por la escalerilla del Congreso bajan cogidos del brazo dos personajes históricos. Uno es la “Pasionaria”, la mujer de la me habían contado vilezas sin nombre. El otro es el transterrado poeta Rafael Alberti que cuando menos había recuperado su “arboleda perdida”. Adolfo Suárez acababa de legitimar el PCE en un valiente gesto que removería los odios más encarnizados de la guerra. Franco dividió a los españoles en dos familias, los nacionales y la vil canalla. No importa que la vil canalla tuviera nombre propio: Partido Comunista de España. Pudo llegar la reconciliación nada más terminar la contienda pero el caudillo creyó que debía continuar la persecución hasta que no quedara una hoz y un martillo y así la dictadura prosiguió sacando a los marxistas debajo de las piedras. Pocas veces vemos agotarse el diccionario para definir las cosas. Cuando se trataba de los amigos de Carrillo o de la Pasionaria faltaban palabas envilecedoras. Una vecina dijo que los comunistas olían a azufre del infierno. Hacia los setenta, la lucha antifranquista ya era imparable. Las cárceles de Zamora se llenaban de curas contestatarios. En la universidad había una manifestación callejera casi todos los días. No interesaba, o eso decían, el estudio por sí mismo si no valía para cambiar el país de la opresión. Hacia el final de la década todavía tuvimos que sufrir el golpetazo sangriento de la matanza de abogados en la calle Atocha. Pero había voluntad democrática de reconciliación. Nadie puede negar la sabia labor de acercamiento para la transición de Santiago Carrillo, entre otros intelectuales de la izquierda. Pese a todo, el PCE ni crecía ni ganaba elecciones. Los juristas que confeccionaron la Constitución echaron mano de la ley D’Hont para alejar los partidos que se enfrentaron en la guerra. Los nuevos partidos se quejan todavía de esta anomalía. Un diputado de PP y PSOE no necesita los mismos votos que Ciudadanos, por ejemplo. El PCE terminaría llamándose IU. Después de una gran labor cultural intentó el “sorpasso” con Anguita y ahora lo ha vuelto a repetir sin éxito. De los de antes parece que solo quedara Llamazares en Asturias. ¡Qué gran derroche de lucha, pasión, sangre, muerte y condiciones objetivas para que triunfe otra vez Rajoy, el hombre que a los veinte y un años se entregó a Fraga para que pusiera igualdad en el mundo.
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