La inminencia electoral parece excitar la agilidad en las pituitarias del grupo municipal del PSOE, que anda estos días olfateando tufillos electoralistas por los rincones de media Almería. Y la verdad es que la búsqueda está cobrando tintes de delirio colectivo, como cuando en Salem creían ver brujas por todos lados. Pero ya digo que no hace falta irse Massachusetts para encontrar demostraciones de delirio y perturbación demoníaca. Si los andamios de las obras de inicio de restauración de la Estación eran, para los socialistas, un claro signo del advenimiento de la campaña electoral, los bocadillos de cátering del Encuentro Vecinal que organiza el Ayuntamiento son moneda de compraventa de votos. Vade retro, Campofrío. Así ha venido a explicarlo el concejal Indalecio Gutiérrez, que ha acusado al PP de estar usando el dinero público de manera electoralista. Y claro, sorprende la dureza del juicio del señor Gutiérrez ante el encuentro vecinal y su manifiesta satisfacción por los numerosos anuncios que, casualmente en estos días, está haciendo la Junta de Andalucía acerca de la recuperación de obras, la devolución de haberes a funcionarios o las facilidades bancarias que darán a empresas a las que el gobierno andaluz les debe dinero. Ahí no hay efluvios pestíferos, ni emanaciones del averno preelectoral. Si viene de la mano de la Junta de Andalucía, no es más que una admirable fragancia democrática y una demostración de la embriagadora esencia progresista. Vamos, el vergel de mieles y esencias habitual en estos casos de sectarismo menor y vicario. Ahora bien, no deja de ser significativo el resquemor que el tema bocadillero ha provocado en el PSOE. Si alguien denuncia que se están cambiando bocadillos por votos es, probablemente, porque sigue instalado en los mecanismos de fidelización que tan buenos resultados dieron al PSOE en el siglo pasado. Y a lo mejor estoy equivocado, pero creo que los tiempos han cambiado. A estas alturas, cambiar votos por bocatas es algo propio del subdesarrollo democrático.