Conozco y aprecio desde hace mucho tiempo a un viejo funcionario municipal que, antes de jubilarse, me dijo que llevarse a casa un paquete de folios o un millón de euros no alteraba cualitativamente el acto corrupto. La única diferencia estaba en el hecho cuantitativo del distinto precio entre ambas golferías. Estirando un poco el argumento de mi viejo amigo y centrándolo en el salpicado mapa actual de la corrupción, podríamos decir que aquí no incomoda y asquea tanto lo robado como la autoría del robo. España y yo somos así, señora, y estamos acostumbrados a medir las cosas no ya con una doble vara, sino con una navaja suiza de múltiples herramientas desplegables; una diferente según se presente cada circunstancia. No interpreten esto como un ejercicio de exculpación o la introducción de factores eximentes, pero me van a permitir que les diga que la suma de dinero desaparecido en las diferentes tramas presuntamente delictivas que están siendo investigadas no convierte al Partido Popular en el más manchado por la corrupción. Ni mucho menos. Piensen que tan sólo los casos ERE y EDU, descubiertos en torno al PSOE y la Junta de Andalucía, alcanzan ya los 3.200 millones de euros desaparecidos y que la operación contra las actividades de la familia Pujol señala una cifra cercana a los 3.000 millones desviados. Por eso conviene no olvidar que la suma de las tramas Púnica (250 millones) y Gürtel (120) más el caso Bárcenas (50) apenas llegan a 420 millones de euros, bastante por delante en el escalafón del choriceo con la principesca trama de NOOS, que se cifra en torno a los 6 millones. ¿Quiere decir esto que quien menos roba es menos culpable? En absoluto. Todos los que roban merecen el rechazo social y la fulminante aplicación del Código Penal. Ahora bien ¿percibe la opinión pública estos casos del mismo modo? ¿A que no?  Desatender los medios y los modos de creación de corrientes de opinión a favor y en contra, tiene un alto precio. Y algunos lo están pagando con creces.