Silbar después del pitido final
Ahora que he llevado el pijama a la tintorería para que le limpien las manchas de fango que saltaron anoche de la pantalla la tele, me van a permitir que salga por un momento de la campaña electoral para entrar discretamente en el no menos chispeante debate futbolístico almeriense. Tan mal está la cosa que desde el propio club piden a la afición que no silbe a los muchachos durante el partido, porque los pobres se desconcentran, y que esperen a la finalización del partido para vocearlos.
Yo no digo nada, pero el calamitoso juego del equipo (último de toda ultimidad en la Liga Profesional) no despierta mucho optimismo y es normal que la gente reclame cuando menos el derecho al pataleo. Yo entiendo que en el club le están viendo las orejas y hasta el epigastrio a la Fosa de las Marianas de la 2ªB y quieren evitar que los partidos se conviertan en un certamen de abucheos. Comprensible, pero impracticable. La gente no quiere descargarse contra un jugador que está en la ducha, sino contra el profesional que no consigue dar pie con bola y que está amenazando con cargarse el sueño del fútbol en Almería a la espera de que su representante le acabe evacuando a otro equipo donde seguir viviendo de este invento. La cosa está tan mal que los aficionados más desocupados y vehementes ya van a los entrenamientos a meterles las cabras en el corral a los chicos de la plantilla, y tras el último partido ya hubo quien siguió a varios jugadores montándoles una pequeña berrea. No soy experto en fútbol pero sí conozco algo la condición humana del Planeta Fútbol Almeriense: será mejor que no se consume el descenso, porque entonces no es que vaya a haber llanto: no habría nada, que es peor. Y también sé que todo esto, que parece el sonido del Apocalipsis, se acaba en cuanto el Almería gane un partido. Las lanzas se tornarán cañas y aquí habrá paz y después gloria. No desesperemos, que aún queda mucha liga.