Odio al cambio
La Transición fue posible porque había en las distintas fuerzas políticas un deseo conciliador
En este momento carezco de libros. Me es imposible citar literalmente unos versos de Juan Ramón que querrían decir así a: Ella me hablaba de cosas nunca vistas y yo le respondía con mundos imposibles. Más o menos. Utilizo la frase porque, en otro orden cosas, retrata lo que está pasando en este país. Hay mucha corrupción, nadie lo duda. La ciudadanía no cree mucho en los partidos políticos. El Gobierno ofrece medidas de trasparencia para poner freno a la trampa pero no se cumplen. En las orillas del sistema establecido nace un movimiento juvenil que espontáneamente se reúne en plazas, mercados, esquinas y soportales. Se llaman “círculos” o asambleas y crecen de tal manera que ya son la primera fuerza. De las algaradas del 15-M han pasado a ser un partido clásico con sus ventajas y sus defectos. Mirado desde fuera se trataría de una gran esperanza para regenerar España. Si fallara esta movida, tan semejante a las que en otro tiempo salvaron el país desde abajo, volveríamos de nuevo a las andadas. Pero el triunfo no vendrá tan fácil. La reacción no duerme. Busca razones o supuestos infundios para esterilizar el movimiento y entorpecer el cambio. La Transición fue posible porque, por encima de las divergencias a muerte existentes entre los españoles, había en las distintas fuerzas políticas un deseo conciliador de superar la Guerra Civil. No se olvide tampoco que también aquello se nutrió de lo que anhelaba la gente de la calle. Hoy se percibe otra cosa distinta. Hay como un odio larvado al cambio. La corriente de aire limpio que supuso Podemos en las elecciones europeas comienza a enrarecerse por culpa de la piqueta feroz. Unas veces son las remesas de dinero que la agrupación recibe de Chávez o de la Rusia Soviética. Otras veces es la beca de Errejón. Lo importante es que no avance la ilusión que en nada se parece a la de los partidos tradicionales. Si de verdad quisiéramos que la situación española cambiara, deberíamos olvidar tropiezos, quitar obstáculos, tal como ocurrió en los años setenta, en vez de dedicarse a engordar el monstruo. Pero todo puede estropearse una vez más por culpa del pensamiento reaccionario. Dejemos que el pueblo los juzgue y no empecemos a ver mensajes sombríos al primer anuncio a de la primavera.