Sobre el perdón
“La indulgencia dulcifica la justicia, pero solo si es entendida como expresión de la venganza”
<>, lo dijo Pitaco, ( 640-568 A.c.), Rey de Mitlene y uno de los siete sabios de la Grecia antigua al poner en libertad al asesino de su hijo, pero el estoico cordobés Séneca, que nos resulta más cercano, consideraba que el perdón es la negación de la justicia, pues perdonar es la remisión del castigo merecido y al hombre no le corresponde dejar de hacer algo que es imprescindible de realizar, la omisión perturba el orden y lo deshonroso o punible queda encubierto y oculto, impidiendo la restitución y la reparación del daño originado. La indulgencia dulcifica la justicia, pero sólo si esta es entendida como exclusiva expresión de la venganza, cuando sus cometidos son diversos y más allá de castigar al infractor vela por el afectado, el perdón es como una gracia divina restringida al hombre que juzga y afirma la justicia, por eso el indulto, que en nuestro país sólo lo otorga el Rey en un ejercicio de reminiscencia de su poder sagrado más que terrenal. Es mejor que Mariano Rajoy haya perdido perdón a que nunca se le hubiera ocurrido hacerlo, pero parece que su clamor sucede cuando después de haber comprobado que no existe ninguna razón para la misericordia o la disculpa, hubiera decidido perdonarse así mismo. Es un acto de expiación retransmitido en directo de ser posible, no en el recogimiento compungido y solitario de un gobernante atribulado y derrotado en el campo de batalla indigno de la corrupción. Dentro de la corrupción existe una porción que corresponde a inevitable debilidad del político como hombre, en cuyo caso Rajoy merecería la clemencia y una severa advertencia por su desatención y descuido. Es más bien esta abundante marea sucia que inunda España de atracos cometidos desde el poder y gracias al poder, lo que hacia recomendable que Mariano Rajoy pidiera más que perdón, la libre absolución, ya que han resultado su omisión y su indolencia una complicidad imprescindible, para esta nueva criminalidad política masiva, pues no sólo delinque el que quiere sino también a quien se deja que lo haga con absoluta facilidad. Sí los controles existían no han funcionado, siendo esta su responsabilidad, pues cualquier gobernante sabe que la demasiada facilidad hace a los hombres codiciosos.