Los sucesivos fracasos electorales forzaron la sucesión de Rubalcaba al frente de la Secretaria General y ha abierto la agónica carrera de los candidatos por conseguir los avales necesarios para tener opciones. Llega el tiempo de los titulares y los perfiles de los aspirantes en las redes sociales, todos confiesan que pagan su campaña de su propio bolsillo, algunos duermen en casa de militantes, viajan con un grupo exiguo de colaboradores y recorren miles de kilómetros con las manos en el volante o hablando por sus móviles. Así que nadie diría, atendiendo a este presente y el devenir de sus protagonistas por las carreteras españolas, que hay una falta de modernidad, un trasunto de estructuras fosilizadas y aires rancios que supura por las grietas de este partido, que por razones de ese movimiento pendular que a veces describe la historia, ha pasado desde el liderazgo político del cambio de una  sociedad salida de cuarenta años de dictadura al papel secundario  de una formación que se busca a sí misma sin saber si podrá llegar a  encontrarse.

Desarbolada por los ríos de votos que han ido desangrándolo, el PSOE busca en lo posible una satisfacción imposible, por eso tiene la urgencia imperante de una nueva cara, un rostro amable sin ojeras de viejo político cansado y tenso. El debate ideológico o los golpes de timón que reabran otros rumbos que forjen una identidad nueva, frente a la imagen desgastada que ahora le representa, ha quedado aplazado,  la convicción imperante no entiende que sea prioritario y suspira por concluir sin demasiadas disensiones este proceso de primarias.

Sin embargo antes o después estas encrucijadas reclamarán una solución sin que resulte suficiente la elección de un líder más o menos carismático.

El desaliento social ha zarandeado con turbulencia al PSOE, más que ningún otro partido y en gran medida su descomposición ha favorecido el ascenso de otras opciones o el crecimiento de las preexistentes, la formación socialista ha perdido reflejos si aún sigue persuadida de su conformación como una maquinaria electoral eficiente y de alto rendimiento, sería una apuesta miedosa por lo consabido, cuando lo que necesita es refundarse o renacer desde los principios que esa máquina ha triturado.