La Voz de Almeria

Opinión

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Parte de la prensa andaluza (la caverna mediática, ya saben) ha tratado con sesgo rupestre el incidente protocolario que, al parecer, motivó la lamentable ausencia de doña Susana Díaz, la estadista global que ejerce en ocasiones como presidenta de la Junta de Andalucía, de un acto organizado por el Ayuntamiento de Granada en el que también –otras presencias, otros invitados- asistían los Príncipes de Asturias, Don Felipe y Doña Letizia. En un alarde de generosidad institucional, doña Susana accedió a hablar antes que Su Alteza Real, pero no antes que el Alcalde que organizaba el acto. Créanme que hay pocas cosas más divertidas que un cruce de egos a la sombra de la ordenanza protocolaria. Uno ha presenciado ya unos cuantos y ya les digo que hay más rastros insondables del alma humana en una nota de protesta de un jefe de gabinete que en el tapizado del diván de un psiquiatra argentino. En todo caso, la peripecia infantiloide del “si no hablo cuando yo digo no hablo” es lo de menos en este caso, puesto que nos ofrece una excelente oportunidad para llamar la atención acerca de un tema interesante: los actos institucionales son -ya lo dice el nombre- institucionales;  no políticos. Y que está feo colocar el mítin a la primera de cambio. Hagan la prueba. Si quieren tomar el aperitivo gratis, la próxima vez que acudan a un acto oficial con intervención de algún cargo autonómico, apuéstense unas cañas con su acompañante a que el cargo o carga utiliza la palabra “recorte” en no menos de tres ocasiones. Y es que es un tostón que cada vez que alguien de la Junta (la presidenta la primera) toma la palabra, parece que más que un micrófono le hayan puesto un megáfono con el que aprovechar  para explicar al público lo maléficos que son los del gobierno central. Entre eso, la insufrible cantinela del “todos-y-todas” y lo largos que se acaban haciendo estos actos, estoy seguro de que más de uno (y de una) agradeció el desplante de la presidenta.


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