La Voz de Almeria

Opinión

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Ese es nuestro nombre y cuando te preguntan por tú oficio y dices que eres rescatador, cualquiera le da por pensar que te dedicas salvar a la gente que ha caído a un pozo o que se ha despeñado por un barranco. Eso sería lo normal, pero yo trabajo defendiendo la valla de Ceuta, no sé si debería usar la palabra defender, aunque los mandos no tienen hartazgo y la emplean siempre que pueden.


En la playa del Tarajal se había concentrado más de quinientos subsaharianos, la alerta se había activado, ya seguíamos desde hace más de tres horas sus movimientos dentro del territorio marroquí. Al frente de todos ellos iba un hombre muy joven, poco más que un niño,  parecía su líder no dejaba de gesticular un solo momento. Cuando vio los faros de los jeeps de la gendarmería acercarse se quitó un anorak rojo y se arrojó al mar, un grupo de unos cuarenta hombres lo imitó.


La tensión nos tenía electrizado era improbable que muchos más pudieran hacer los mismo, la mayoría no saben nadar y aunque no son aguas profundas se asustarían en cuanto perdieran pie, mis compañeros fueron corriendo hasta el espigón que se adentra en el mar. Alguien debió de inutilizar la cámara que grababa la playa del Tarahal, fue una bala pues tienen unas lentes que una piedra no puede romper, conservaba en mi pantalla la visión de otras zonas cercanas al perímetro de la valla, pero allí no sucedía nada. Nada podía hacer, sólo permanecer en mí puesto hasta nueva orden, que habría de llegar en pocas horas para ir a recuperar los cadáveres que aún quedaba flotando en el mar.


Rescatamos a nueve, uno de ellos el más joven de todos no debía de haber cumplido ni los quince, no tenía la cara descompuesta por el miedo y la barriga hinchada, parecía que se hubiera quedado dormido y aún soñara, estaba seguro que era el cabecilla. Otros tenían las facciones llena de tensión y de dolor, no era la primera vez que me sucedía, entre los ahogados suele haber alguno que parece feliz, quizás lo mejor que le ha  pasado en su vida es morirse, hay vidas tan perras que no tiene que extrañarnos ¿ Quién puede saber cómo suceden estas cosas?. Está claro que la vaya no nos defiende y tampoco lograra protegernos, la vaya es una especie de arma miserable, mucho más que la miseria de la que ya no podrán huir estos nueve muertos.


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