En la reciente reunión de la Interparlamentaria del PSOE-A, celebrada en Sevilla, la presidenta de la Junta de Andalucía, Susana Díaz, aprovechó para lanzar otro de esos titulares-nube que tienen el recorrido justo entre el cafelito y la tostada. Poco más. “Lealtad institucional con el Gobierno de España, toda, sumisión ninguna”.

Vibrante y bizarra, la presidenta insistió así en esa línea discursiva que pretende hacer de Despeñaperros una empalizada progresista contra los embates de los locos romanos. Pero digo yo que lo que es bueno fuera de Andalucía también habrá de ser  bueno dentro de ella. Así que la señora Díaz no habrá de sentirse furiosa,  ni enojada, ni incomprendida, si alguien planteara desde Almería  “Lealtad institucional con la Junta de Andalucía, toda, sumisión ninguna”.

Es más, supongo que para alguien que asegura llevar a Almería “en mi corazón” (sic.) este planteamiento no sólo sería lógico, sino hasta plausible. Además, no haría más que recuperar parte de las manifestaciones de la propia señora Díaz durante su campaña en las inolvidables primarias que precedieron a su designación como heredera, cuando definía así la disposición que iba a tener su futuro gobierno autonómico con el de Rajoy: “Vamos a ser leales y buscar puntos de encuentro, pero no me la podrá exigir el Gobierno de España cuando no sea leal con Andalucía, cuando no defienda sus intereses y cuando tome decisiones que perjudiquen a los andaluces”. ¿Puede exigir lealtad institucional una administración que acumula con Almería una batería de decisiones como las adoptadas sobre el anunciado hospital materno-infantil, la intermitente redia del Almanzora o la paralizadísima rehabilitación del Ayuntamiento  de la capital, entre otras? Mi duda es saber si apuntar esto es un acto de deslealtad o de insumisión, o de ambas.