Una de las consecuencias del estilo de vida vertiginoso al que nos empujan las llamadas nuevas tecnología es la claudicación ante el rigor. No hay tiempo o ganas de detenerse a contrastar la veracidad de las informaciones que, de pronto, aparecen publicadas y acabamos dando por bueno y, lo que es peor, difundiendo y amplificando numerosos disparates y majaderías.

Así, hace unos días se extendió velozmente la “primicia” del inminente anuncio de abdicación del Rey e incluso la comunicación de cuestiones de índole matrimonial en una rueda de prensa que se iba a convocar a tal efecto. Me sorprendió que el rumor cobrase crédito, precisamente, entre profesionales acostumbrados a calibrar el alcance de las noticias que se suelen dar con el formato de rueda de prensa, sin que nadie o casi nadie apostase por la prudencia y dedujera que un anuncio de semejante calado merecería otra formulación más solemne que una apresurada conferencia de prensa. Estamos dispuestos a creer cualquier cosa con tal de sumar estrépito y algarabía a nuestra vida, dando por buena la fuente de autoridad del “me lo han dicho”. Ya casi nadie considera la existencia de bromistas desmedidos o de algunos gabinetes de intoxicación y enredo que últimamente funcionan a destajo. A así también se dio por buena la noticia de que una ministra pagó con fondos del ministerio su desplazamiento a Nueva York para asistir en localidad VIP a la final del US Open de Tenis y que, al tener conocimiento Rafa Nadal de semejante desmán, se habría negado a estrechar la mano de tan derrochadora política. La noticia era falsa, pero las “redes sociales” hervían de indignación contra la imprudente ministra y alababan la decencia del deportista. Convendría volver a la vieja costumbre de filtrar y contrastar las informaciones a fin de evitarnos innecesarios soponcios.