La roca, el sombrero y la sangría
La roca, el sombrero y la sangría
Disculpen que me asome al peñón, pero es que lleva uno todo el verano leyendo historias sobre Gibraltar y es que se me van los dedos. La excusa han sido las declaraciones de un diputado británico que ha pedido la expulsión del embajador español en Londres, Federico Trillo, al que ha sugerido “que coja su sombrero, su burro de paja, su sangría y se marche.” Esta salida de tono, que de haberla protagonizado un diputado español hacia al embajador británico habrían obtenido más repulsa en España que en el Reino Unido, ha pasado allí bastante desapercibida. Un exceso de Su Honorable Señoría y a otra cosa, butterfly. Somos ingleses y nos acostamos a las diez o a la hora que se nos pone en el bombín, etcétera. En España hubiera sido diferente. De entrada, es milagroso que no haya salido ya algún colectivo a solidarizarse con el parlamentario inglés recordándole a Trillo accidentados episodios de su etapa ministerial o cachondeándose de lo de Perejil. En España somos así de puntillosos y así de imbéciles. Al ser incapaces de entender que por encima de los partidos está el país, la patria, la nación o como demonios se diga, vivimos inmersos en una permanente y acomplejada ceremonia de autodestrucción que tiene, en el caso de Gibraltar, una de sus consecuencias más sólidas. Y es que una de las razones por las que la pirateada roca llegará al fin de los días bajo bandera inglesa es que los ingleses no tienen partidos, sindicatos, colectivos o artistas progres que sientan el impulso de ponerse en contra de los intereses de Gran Bretaña cada vez que se habla de Gran Bretaña. Aquí basta con mencionar la palabra “España” para que salgan un montón de españoles a decir “oiga, a mí no me mire” y a llamar “fachas” a cuantos, desde la naturalidad de sentirse españoles, están sencillamente a favor de España.
Por eso aquí seguiremos pintando la mona, mientras sus monos piojosos seguirán tomando el té a las cinco.
Los muy cabrones.