La Voz de Almeria

Opinión

El Museo que se ha perdido Almería

Miles de mariposas, flores de colores únicos y hasta el esqueleto de una ballena con millones de años duermen el sueño de los justos junto al fragor de la Rambla

El Hermano Rufino Sagredo junto a una caja de minerales.

El Hermano Rufino Sagredo junto a una caja de minerales.Mullor

Manuel León
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Ocurre siempre en Almería, quizá también en el resto del mundo: cuando alguien muere -alguien notorio, brillante- se lanzan fuegos artificiales y se saca el cuaderno de honras para que su memoria nunca muera; pero la memoria muere, vaya que si muere, y se entierra bajo el polvo del olvido. Ayer escribía José Luis Sastre en El País: “Uno piensa que hace falta el tiempo para que llegue el olvido, y qué va: a veces se olvida lo más reciente”. Se vive a golpe de clic, sin poso, sin calma, todo ocurre deprisa y con prisa, ya todo dura menos de un minuto, hasta los coitos.

Viene esto a cuento por el olvido, colosal como su legado, de un personaje almeriense, ya más que ignorado, el Hermano Rufino Sagredo, profesor de La Salle, un botánico, un paleontólogo, un científico artesanal, que hizo su vida a mano, como si estuviera cociendo una hogaza. Falleció en 1991, tras 35 años investigando con ilusión colegial la flora y la fauna de Almería. Se dijeron grandilocuentes palabras sobre su vida y su trabajo frente a su ataúd y se prometieron fundaciones y museos para sus colecciones. Solo pasaron unos meses y al Hermano Rufino se lo volvió a tragar la tierra por segunda vez, como el día que lo enterraron, dando la razón a Sastre: No hace falta tiempo para que te olviden.

El burgalés Rufino Sagredo llegó a Almería en 1956 y tomó el testigo de otro naturalista lasaliano, el Hermano Jerónimo, abriendo rendijas de conocimiento científico entre sus alumnos ante tanto monopolio de la fe. Lo más importante no es ese gran almacén de piezas – más de 3.000 plantas y flores catalogadas, cientos de fósiles y minerales- que duermen el sueño de los justos en una estancia del colegio junto al fragor del tráfico de La Rambla; no, lo más grandioso que hizo el hermano Rufino quizá fue cómo hizo prender la llama de la curiosidad por los coleópteros o por las polillas o por los escarabajos peloteros entre generaciones de escolares, como aquel maestro de La Lengua de las mariposas; cómo organizó más de 1.000 excursiones al campo a lo largo de veinte año con sus alumnos, andando o en coches como su Cuatro Latas, a buscar piedras, raíces, todo lo que tuviera algún valor científico, como aquel esqueleto de ballena de ocho metros y más de cuatro millones de años de antigüedad que descubrió cerca ce Sorbas. Qué ojos pondrían sus alumnos al ver la reliquia del cetáceo a la que bautizó como ‘Balenóptera Almeriensis”.

Le impresionaba el paisaje almeriense, la naturaleza viva, amó Almería palmo a palmo. Murió con 92 después de ver su sueño cumplido de visitar los endemismos de la isla de Alborán. Quiso hacer una Fundación para su patrimonio natural pero no fue posible. Ahora que se le ha olvidado, menos. Fue como el Padre Tapia de los minerales, como la María Moliner de la flora almeriense. La Diputación le hizo un homenaje, cuando ya era un anciano, cuando aún se resistía a quedarse en una butaca y seguía soñando con sus ojos vivarachos con seguir recorriendo el Cabo de Gata junto a sus infantes, persiguiendo grillos y arañas, palmitos centenarios y dragos enanos. A su muerte, el profesor Aguilera honró su memoria ordenando y catalogando sus archivos. Roquetas quiso comprar toda esa obra para hacer un Museo, pero no se dieron las circunstancias. Hoy su legado sigue expuesto en La Salle, pero no es un Museo al uso con horarios definidos. La profesora María Dolores Durán ha querido incluir el patrimonio del sabio  en su Guía de Museos, pero no le han dejado. No quieren ruido.

Almería es tierra de cine; pero también tierra de museos: 145 hay en la provincia, unos más simpáticos, otros más populares, desde el flamante MUREC, al reciente de La Vega, desde el de la guitarra al de Pedro Gilabert en Arboleas. Todos tienen su aquel, su impronta. Un Museo es eterno, debe ser eterno; y aunque no haya colas para verlos, deben seguir abiertos; como debe abrirse un Museo para la obra del Hermano Rufino. Sería único en Andalucía, como fue su vida.

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