Las temperaturas de los últimos días nos han sacado a la mayoría de las costumbres primaverales para pensar ya en el verano inminente. Ya está aquí la insomne y placentera vida del mar coincidiendo con la subida de impuestos a las bebida alcohólicas, a la cerveza y al vino tinto. Hemos criticado tal vez mucho los bocados al estado del bienestar para calmar la hidra devoradora de la crisis, pero en cambio nuestro Gobierno quiere ser activo y providente y por algo nos da en compensación una nueva Ley de Costas.

En general las canciones del verano suelen ser alegres, despreocupadas y bailonas, invitación sin duda al olvido de nuestras penas  para darle marcha a  la vida  breve. Para mí la buena marcha la protagoniza este año el partido del Gobierno con una ley que llaman “antialgarrobico” y que consiste básicamente en dejar como están todas las irregularidades playeras cometidas desde la primera burbuja inmobiliaria. ¿ Tiene usted alguna vivienda en dominio público sobre la que pesa un proceso de demolición?

No se apure, haga palmas más bien. Este Gobierno le garantiza una prórroga de 75 años que amplía el permiso para el disfrute de lo público. Dicen los que han leído las nuevas disposiciones que se salvan 2.800 viviendas, 1000 hoteles, 3000 chiringuitos y 1.700 industrias. No se sabe muy bien qué puede pasar con el turismo ni tampoco cual será el riesgo de algunos edificios muy cercanos al agua porque los científicos avisan con el cambio climático. Por supuesto, no podía faltar la gran excusa que justifica casi todos los atentados urbanísticos, la conservación de los puestos  de trabajo, pero también las depuradoras, las aguas infectas y malolientes están invitadas al festejo del  litoral. El azar no lo quiera, pero a ver si hay suerte y este año no hablamos tanto de la suciedad  de  las playas.