Ultramar

Quién sabe cómo se llega a ultramar si no es navegando por los sabores y las voces.
Café, chocolate, tabaco. Y vuelta a empezar. La trilogía de sabores de ultramar se reitera en sí misma, persiste entre horas, se amolda a cualquier escenario doméstico, no importa con que attrezzo improvisado. Al desorden acogedor de los días sin medida.
Café, chocolate, tabaco. Las tres experiencias que desencadenan imaginarias músicas que ya no hace falta reproducir porque viven dentro de esa santísima trinidad de ultramar: jazz, salsa, bossa nova. Y vuelta empezar.
Coltrane, Tito Puente, Jobim. Los tres a las tres y a las cuatro. A las ocho menos diez. A las doce y media, que es el momento de hacer balance de los excesos y de las carencias. De lo que sobra y de lo que falta.
La libertad no se compra, se encarna. Ultramar está tan lejos y tan cerca que parece el mejor envoltorio de la libertad. Pero es el ultramar de los sabores y de los sonidos. Ese espacio imaginario, inmenso, que nace de las kongas, del güiro, de las maracas, del viento metal que sopla libre para cruzar los océanos que separan la tierra firme de ultramar, con sus cielos de malaquita y sus horizontes dentados de palmeras al ocaso.
Café, chocolate, tabaco.
Nina Simone, Omara Portuondo, Maria Creuza. Las tres en este orden y después otras tres voces femeninas diferentes que se suceden como las horas. Como las voces de amantes inalcanzables, como sirenas de ultramar. Ella Fitzgerald, La Lupe, Astrud Gilberto.
Ultramar contenido entre cuatro paredes. Quién sabe cómo se llega a ultramar si no es navegando por los sabores y las voces.
Café, chocolate, tabaco.
Al otro lado del Océano la imaginación juega con los mapas y las leyendas y pone las playas y las selvas al borde del paroxismo. Entonces, las músicas lo ordenan todo y las voces y la percusión saben a chocolate, a café y a tabaco.
La libertad también sabe a café recién hecho, el amor deja un inolvidable regusto a chocolate y la mistad puede oler a cigarrillos recién encendidos, a tabaco sincero. Pero, siempre es necesario el compás y la dulzura rítmica que llega desde las otras orillas: Celia Cruz, Sona Jobarteh, María Creuza. Todas las canciones son capaces de avanzar por el entramado de paralelos y meridianos, como si las distancias nunca fuesen mayores que las separaciones de las líneas de un pentagrama.
Un combo invisible de viento metal sostiene la atmósfera de la habitación y luego proyecta su animosa dulzura hacia la ventana abierta buscando su espacio inconmensurable, generando una quinta dimensión más allá del tiempo y las coordenadas cartesianas.
Café, chocolate, tabaco. Ultramar, tan lejos y, sin embargo capaz de envolverlo todo con extrema delicadeza viniendo desde el otro lado del horizonte como un pañuelo de seda perfumado de piña tropical y de agua de coco.
Ese ultramar imaginario de las músicas, los sabores y los crepúsculos violáceos es como un cielo imaginario al que se asciende sin esfuerzo, sin cumplir mandamientos escritos con sangre coagulada.
Es el cielo que le deseo a quienes se lo ganaron en mi más estricta intimidad, sin importar demasiado que odiaran la nicotina o que no distinguieran la samba del soul.
Ese ultramar intensamente celeste que solo existe en las páginas del cuaderno de bolsillo no conoce la diabetes ni el Alzheimer, no sabe nada del colesterol ni de las insuficiencias cardiovasculares. Es solo sabor y música.