El olvido, ese veneno

Imagen elaborada con ChatGPT.
El olvido sujeta las malas intenciones y pone a salvo la conciencia de convulsiones a destiempo y de ridículas angustias que ya no conmueven a nadie. Pero, eso no es más que una excusa sin fundamento.
A veces, caminando de noche por esta ciudad se desata el olvido como una ráfaga de viento de Levante que se lleva los rostros de los personajes, los nombres de las calles y los hechos que no pasaron a la historia, como si fuesen las hojas muertas del árbol de la vida. Esto no es más que una concesión dudosamente poética al abismo de la edad en cuyo borde se asoma el olvido como una última experiencia entre el vértigo y la ataraxia forzada por los años.
Hasta la fecha yo he vivido como todo el mundo, es decir, convencido de que el tiempo se había detenido años atrás y que, sin embargo, yo había envejecido por efecto del desgaste de la carne y de la piel a fuerza de usarlas sin mayores miramientos. Pero no era cierto. El tiempo no descansa. Cualquiera puede comprobar dicho extremo si se detiene un instante en una calle de esta ciudad: en seguida, cualquier recuerdo puede acabar columpiándose en los calendarios y en las tinieblas de la memoria y entonces no queda otra opción que realizar cálculos aritméticos en días y meses, casi siempre en años.
Las calles cotidianas parecen los exteriores de un largometraje sin guion ni director de fotografía, sin protagonistas ni actores secundarios. Solo figurantes condenados al olvido más allá de sus familiares, amigos y conocidos.
Los relojes solo funcionan hacia adelante. Quien lo desee o se atreva puede mover las saetas en sentido contrario, pero de inmediato vuelven a retomar su rumbo hacia donde apunta la flecha del tiempo. Los relojes se pueden retrasar tanto como se quiera, pero las cosas siguen sucediendo sin contemplaciones ni apaños.
La única explicación razonable que he encontrado sobre mi confusión temporal es que yo siempre he llegado tarde. Que me he demorado habitualmente más de lo que convenía, de manera que el tiempo acabó convertido en un contrincante implacable al que opté por ignorar sin ser consciente de las consecuencias de mi poco disculpable falta de diligencia.
Me quedé mirando como enrojecían los cielos al acercarse el otoño y perdí la noción del tiempo, la percepción de ese rival despiadado que puede hacer conmigo lo que le plazca.
Ahora, ya es tarde. Por mucho que aligere el paso el entramado de la ciudad convierte en demora la prisa y en lenta derrota cualquier urgencia y, entonces, solo queda caer en la tentación del olvido.
He olvidado por miedo y por pereza; por instinto de conservación y porque no me quedaba otra salida una vez que descubrí este veneno del olvido Un veneno para el que no existe otro antídoto que la realidad. Sus efectos tardan tanto tiempo en manifestarse en quienes lo han probado que podría confundirse con una especie de placebo inocuo. Nada más lejos de la realidad. Solo es cuestión de esperar a que el tiempo ejerza su poder.
La única opción posible en esta tesitura es guarecerse en este burladero descomunal que es el olvido y dejar que el tiempo derrote en las tablas como un toro encastado al que casi nadie se atreve a recibir con el capote