El arte supremo
Amor era todo lo que sentía, por la música como arte supremo y por toda la humanidad necesitada de humanidad

Cerré los ojos, sonaba “Hallelujah” de Leonard Cohen.
Qué ganas de ver “Poncia”, de haber escuchado a Lolita Flores hablar de lo que le diera la gana, con esa voz grave y profunda. Pero las entradas estaban agotadas desde hacía tiempo. Me alegro por ella, que haya cumplido el sueño de su madre de representar a este personaje de “La casa de Bernarda Alba”, la criada. La que todo lo sabe y la única que puede decirles a todas las verdades en su cara. Y sacar toda su rabia.
Cómo me hubiera gustado experimentar ese monólogo montado por Luis Luque con la intención de liberar a ese personaje lorquiano de la cárcel en la que vivía y de paso buscar la liberación de todas las mujeres oprimidas, con las que nos identificamos.
No hubo teatro, pero sí música de la serie “Clásicos en la Capilla”. La tarde era gris y bochornosa, y el calor se expandía por la Capilla de las Monjas en esa “Suite de viajeros imaginarios” que interpretaron Manuel Salvador al piano e Irene Berenguel al violoncello. Dos jóvenes músicos almerienses entre los que reina la paz y la armonía a la hora de interpretar cada una de las piezas que eligieron para deleitarnos, haciendo un breve recorrido por diferentes etapas de la historia de la música.
Cerré los ojos, sonaba “Hallelujah” de Leonard Cohen. Los ojos se me llenaron de lágrimas. Más allá de mi mente, en el espacio celestial, se formó un círculo de amor y luz. Amor era todo lo que sentía, por la música como arte supremo y por toda la humanidad necesitada de humanidad.
Escuché el testimonio desgarrador de dos mujeres palestinas, madre e hija, sobre el horror y la muerte en Gaza. Del dolor de sus hijos. De la desnutrición. De las enfermedades. De sus propios sufrimientos. Del genocidio de su pueblo. ¡Ayuda!
En la noche de San Juan vi la primera estrella fugaz. Y antes del amanecer, el lucero del alba.