Los halagos a los españoles en los cierres de los discursos políticos
Los halagos a los españoles en los cierres de los discursos políticos
Lope de Rueda, al que todas nuestras ciudades tienen dedicada su calle aunque ninguna haya dado el nombre a sus teatros, fue de los primeros actores profesionales españoles, si bien la fama le vino de haber sido autor de comedias, farsas y pasos. Nacido en Sevilla, en 1510, es considerado precursor no solo del Siglo de Oro, sino de todo el teatro comercial en España. Uno de sus pasos se tituló La tierra de Jauja. En él, dos ladrones pretenden robar una cazuela de comida a un simplón llamado Mendrugo; para embobarlo le hablan de Jauja, una tierra bella, en la que las calles están pavimentadas con yemas de huevo, los árboles dan buñuelos, lo ríos leche, etc.
He recordado el argumento de esta obra al analizar los cierres de los discursos de los presidentes de los gobiernos españoles en los “Debates en torno al estado de la nación”. Tales discursos, en este siglo, fueron emitidos por Aznar (2001, 2002 y 2003) y Zapatero (2005, 2006, 2007, 2009, 2010 y 2011).
En columnas anteriores, hemos aludido a la importancia que desde la tradición clásica se ha venido dando al cierre en un discurso. Es normal que la parte última de cualquier actuación en público: concierto musical, representación teatral, mitin, etc. merezca un trato especial, pues no en vano influye en nuestra idea, positiva o negativamente, del evento. Inicio y cierre son los dos componentes fundamentales en todo discurso. Si con el primero se ha de buscar ganar el interés del público y empezar a crear una buena imagen, con el segundo se intenta el remate de esa buena imagen, lo que se consigue mezclando adecuadamente los ingredientes de su función: lo estético y lo eficaz.
Aquí queremos referirnos a otra cuestión: a los temas tratados en esos cierres del discurso, temas que se repiten una y otra vez, sean los presidentes de derechas o de izquierdas. En los cuatro o cinco minutos que suelen dedicar nuestros políticos a esta última secuencia de su intervención, tienen tiempo para hablar de sus ideales de partida; más tarde, de las realidades llevadas a cabo por su gobierno en ese último año; continúan con el tema de las cuestiones que quedan pendientes para el futuro, y a continuación se suele dejar unos segundos para el halago, mediante la exaltación de los valores de España o de los españoles (tesón, dignidad, generosidad, etc.). Si exceptuamos los ideales, de los que se prescinden en cuatro ocasiones – tres de ellas coincidiendo con los años de cierre del mandato- y el halago, omitido en 2003, 2009 y 2011 y sustituido por otros temas, el resto de las cuestiones citadas se dan en todos los finales analizados.
Ese minuto dedicado al halago es el que nos recuerda el paso de Lope de Rueda. Decimos esto porque para Aznar, en 2002, por ejemplo, España es un país cuya sociedad es “más libre, más fuerte, más desarrollada y más decidida a seguir avanzando”. Zapatero, en 2005, ha comprobado muchas veces en su primer año de mandato lo inteligentes, lo sensatos y todo lo demás que se quiera que somos los españoles: “cuánta sensatez, cuánta generosidad, cuánto talento albergan nuestras gentes”. Son todas frases con poco contenido y tendentes, pensamos, a persuadir en su vanidad al futuro votante. Zapatero, en 2007, termina su lisonja manifestando su plena confianza en todos nosotros, sin excepciones: “Tengo una confianza plena en la sociedad española, en su capacidad, en su tesón, en sus valores, en su futuro”. El propio líder socialista, tres años después, en 2010, va a sentir la complacencia propia del orgullo de quien tanto ha tenido que ver en el cambio positivo de España, que