La Voz de Almeria

Opinión

Historias de Filadelfia en la cafetería de Torrecárdenas

Cuando añorábamos el viejo bar del hospital, con menús de carretera, resulta que llega un figón chapado en oro Michelin

Nueva cafetería del Hospital Torrecárdenas concesionada por una empresa norteamericana.

Nueva cafetería del Hospital Torrecárdenas concesionada por una empresa norteamericana.

Manuel León
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Un bar en un hospital no es tan crucial como un quirófano, pero también hace granero. Que se lo digan a los cientos de familiares de pacientes (tan pacientes como los enfermos) que durante los últimos dos años y medio han vadeado ese río del acompañamiento forzoso, mal durmiendo y mal comiendo, sin un lugar cálido donde desayunar o almorzar. Uno sabe cuando entra a un hospital, pero nunca cuando sale. Es decisivo tener un TAC para el aquejado de una dolencia, pero también es humildemente provechoso que le puedan hacer una tortilla caliente al acompañante después de una semana de sándwiches, después de un maratón de horas de concomitancia junto al ingresado maltrecho: no hay por ahora IA que valga que pueda suplir esa función solidaria, emocionante por generosa, en los hospitales del mundo.

Ha sido un paso a paso, hasta que se ha conseguido reabrir el establecimiento renovado de comidas hace poco más de una semana. Y cuando todos creíamos que íbamos a contar con una nueva cantina de recios platos de carretera, como la que hubo hasta 2022, resulta que no, que Torrecárdenas nos sorprende con un restaurante de postín, iluminado por la estrella Michelín de un chef de renombre como José Álvarez (La Costa en El Ejido), fichado por Aramark que es un proveedor de comidas con sede en Filadelfia (EEUU), fundado en 1959, más o menos como las hamburguesas de McDonald’s.

Por ahora, aparte de las críticas de la gata flora por los precios de los desayunos, el salto de calidad ha sido evidente, tanto, que incluso la concesionaria ha inaugurado un servicio de pedidos a domicilio: “La mejor comida de Almería se la sirve Torrecárdenas”. A pesar de que el dueño de la empresa es tan americano como John Wayne, en la carta aparecen platos tan meridionales como los fideos con costillas, la berza o las migas. Atrás quedó otra época que cumplió sus expectativas, con José Lorenzo al frente, con camareros recordados como Joaquín Vergel, Juan Alonso o Paco Plaza, cuando se despachaban más de 300 menús diarios, cuando en la barra de latón reinaba César, entre cortados y medias de tomate, entre el soplido de la cafetera y los aullidos de los clientes solicitando atención; cuando ese camarero fortachón no se casaba con nadie, atendiendo por riguroso orden de llegada, como un árbitro de la hostelería, más imparcial que Guruceta, aunque después las cuentas no salieran y la cooperativa Andarax de Hostelería entrara en barrena, tras 40 años de servicio (desde 1983) tras haber llegado a contar una plantilla de más de 40 trabajadores en los buenos tiempos. Cuando los camareros eran más rápidos que Billy el Niño sirviendo un café, porque sabían que los familiares del enfermo tenían el tiempo tasado y eran, a veces, el paño de lágrimas de tanta dolencia crónica sin curación. “Por la cara del cliente, sabemos la gravedad del enfermo”, solían decir.

Antes aún, en una época pretorrecárdenas, uno recuerda cuando en la Bola Azul el bar siempre de guardia era Los Pinares, enfrente del Centro, donde tantos bocadillos se hacían para las habitaciones.

Es verdad que hubo empujones de políticos el otro día para salir en la foto de la nueva cafetería, como si se inaugura un nuevo Parque de Atracciones, pero quien acompaña a un enfermo crónico en un hospital sabe lo importante que es poder tener a mano un plato caliente y un camarero de guardia que te escuche.

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