Querida María Zambrano

Gracias a la presentación en Antas de “Léxico romano”, de la poeta Sara Martínez Navarro, he vuelto a descubrirte. El acto supuso un magnífico comienzo de año en la programación que Argaria pretende llevar a cabo por el quince aniversario de su creación.
Paseamos por Roma, ciudad que tú conociste muy bien por tu exilio, guiados por Isabel Murcia, la compañera de Sara. Isabel nos condujo por uno de tus paseos preferidos, el que realizabas con tu hermana Araceli a lo largo de la Via Appia, mientras que Sara recitaba los poemas que había construido en relación con ese mismo camino.
Comparto contigo el enamoramiento que sentiste ante el altorrelieve de una joven figura masculina en la Via Appia, al que considerabas tu “amante”, y también tu intenso amor por los gatos, esos silenciosos compañeros de vida.
Te redescubrí porque ya en los años ochenta, cuando regresaste a España después de tu largo exilio y este país inició una serie de reconocimientos a tu persona y a tu obra, que tuviste la suerte de poder vivir, empecé a leerte atraída por tu legado tanto filosófico como literario.
Tu sentido de la razón poética va más allá del puro racionalismo occidental marcado por los hombres, y apuntas a que la razón no puede ir desprovista del sentir. Los sentimientos, las experiencias y vivencias forman parte del alma humana, y por tanto del ser humano.
Para ti lo filosófico es el preguntar y lo poético es el hallazgo. Esa fusión es lo que me hizo leer algunas de tus obras: “La confesión, género literario y método”; “Filosofía y poesía”. Dentro de tu enorme obra hay un concepto universal que conocí anoche, en un documental sobre tu fundación en Vélez-Málaga, inscrito en una piedra de mármol: “La pasión central de la vida es el amor”. Para mí, tú eres una diosa de la humanidad.