Los muertos
Los muertos
Probablemente el mayor éxito de la Transición fue acordar el final político de las dos Españas goyescas y machadianas que se helaban el mutuamente el corazón a garrotazos. No habría más “mis muertos” ni “sus muertos”: tan sólo víctimas cuyo recuerdo no debía ser agitado en contra de nadie. Todavía vivían muchos de los sufridores directos de la última guerra civil que ensangrentó el país y, a pesar de todo, se buscó un punto de encuentro que nos permitiese mirar hacia delante para superar el pasado y asegurar el futuro. Y todo iba más o menos bien hasta que el inefable presidente Zapatero decidió convertir sus psicodramas familiares en asignatura doctrinal, desenterrando fantasmas y trasladando cuestiones de ámbito histórico a la actualidad más rabiosa. Y digo rabiosa porque ya me dirán si no es enervante que la pretendida revisión y reparación de los errores del pasado consista en repetir el ridículo modelo del sectarismo franquista de posguerra (los rojos no usaban sombrero, etcétera) invirtiendo la polaridad de malos y buenos. Me fatiga mucho todo este folclore de memorias históricas y su intento de superar las mentiras y exageraciones interesadas del pasado con nuevas mentiras y exageraciones interesadas. Volvemos a hundir las rodillas en tierra para zurrarnos. Y lo peor es que todas estas ocurrencias nos cuestan una pasta que bien podríamos dedicar a asegurar el incierto mañana en lugar de revisitar el irremediable ayer. Pero no; para todos estos obsesos, el futuro es el pasado. Por ejemplo, esta mañana la Junta ha patrocinado una colorida marcha reivindicativa para recordar la atroz huída de población civil de Málaga a Almería durante la guerra. Una más de las múltiples barbaridades perpetradas en todos los frentes durante esos tres años de espanto. Ya puestos, en esa misma carretera podrán encontrar, muy cerca de Almería, playas donde también se cometieron crímenes que los convocantes de esta marcha ni recuerdan, ni respetan, ni conmemoran, porque no hay voluntad de conciliación, ni de hacer valer esa inolvidable petición de “Paz, piedad y perdón” del presidente Azaña. No hay más que ganas de hacer sectarismo a costa del contribuyente.