El portavoz
El portavoz
En la actual situación española, lo penúltimo que yo haría sería apuntarme a un partido político, y lo último de lo último, ser su portavoz. Patética figura de nuestra comunicación este señor de fácil palabra y de inmensa recámara discursiva. No siempre está ahí para decir la verdad sino para esquivarla, para buscar excusas ante las exigencias de claridad de la calle. Supongamos que estalla un escándalo en las filas que él representa, caso Bárcenas, por ejemplo. Al portavoz pertenece cubrir la espalda de Rajoy contra el griterío de la oposición y el cabreo sordo del pueblo. Es la hora de decir cosas tales como que su partido encarna la honestidad, vamos que no es tan corrupto como el otro de enfrente. Ellos podrán equivocarse pero jamás metieron la mano en la caja. Su contabilidad, clara y única, la puede fiscalizar cualquiera. Por lo que respecta a que el presidente del Gobierno dé explicaciones en el Parlamento, dada la urgencia y la gravedad de la situación, las artes persuasivas del portavoz deberán convencer de que no hace falta y de que el escándalo tiene todas las trazas de una conspiración. En este plan se puede aprovechar la mayoría absoluta para retrasar la explicación parlamentaria. No tengo idea de lo que pasará en el interior de las ejecutivas cuando se produzca un choque entre lo que quiere callar el partido y lo que desea informar el portavoz. En ocasiones de esta índole al director de comunicación debe ponérsele cara de estar sirviendo a la mentira. También cabe el cinismo, aquel “que se jodan” del que hizo gala lo más caciquil del partido que nos gobierna. En todos estos casos y muchos que me callo, la figura del portavoz es un nuevo Jano con dos caras, la que linda a la verdad y la que se abre a las cloacas ocultas de la mentira.