La fuente del Cañillo y Rafaela Reis
La fuente del Cañillo y Rafaela Reis
Rafaela Reis era una de las cuatro o cinco putas yonquis y muy desmejoradas que ejercían su profesión alrededor de la Fuente del Cañillo y a la sombra de las alas de las mariposas modernistas de la casa principal de la Puerta Purchena, allá por finales de los ochenta.
De padre gallego y madre americana, una afición incorregible por la heroína la fue destruyendo, pero debajo de tanto deterioro y mala vida aún se le notaba que había sido una mujer de bandera, por la que uno suspira si pasa a tu lado, pero lamentarías que se quedara. En sus mejores años, pateó medio mundo, hablaba cuatro o cinco lenguas con soltura y conservaba una educación exquisita, de la que se reían sus compañeras, que con el tiempo empezaron a llamarle “La Maestra”, y lo mismo pedían que les escribiera cartas a su familia, como que leyera alguna citación de los juzgados o que fuera con ellas para explicarse si tenían que declarar.
Yo le vendía cada mañana a Rafaela Reis un cupón de los ciegos, nunca preguntaba al día siguiente si estaba premiado, creo que lo hacía como una costumbre, pues de su suerte ya sólo esperaba una cosa, cumplir con un último deseo antes de morir. Aquel deseo era un secreto que sólo ella y yo compartíamos. Ella no vino a contármelo, pero yo descubrí que cada día y casi siempre a la misma hora, cuando los niños salían de los colegios y subían hacia la Puerta Purchena, ella se acercaba a la fuente del cañillo y disimulaba, como si estuviera bebiendo agua, pero no podía engañarme, siempre se quedaba mirando fijamente a la misma niña y no dejaba de llorar por el dolor de verla. Así que yo se lo dije, esa rubilla es hija tuya Maestra, si estoy equivocado que me parta un rayo. Rafaela me hizo jurar por lo que más quisiera, que no lo contaría a nadie mientras ella viviera.
¡¡ Aguanta Ciego, si son dos días!! decía Rafaela más segura que triste.
Rafaela Reis quedó embarazada antes de cumplir los veinte años, ya consumía caballo y lo dejó para que su hija no sufriera, pero a los pocos meses de nacer, flirteo con las agujas y tuvo problemas con el padre. Él dejó Roma para volver a Almería, para que su madre cuidara a su hija, ella lo consintió, pudo la madre más que la mujer y sabía que aquella criatura no estaría bien con ella, regresó a la heroína como una animal que quiere ir al matadero a paso ligero y bien predispuesto.
Cuando ya sabía que todo había terminado y no le quedaba más de un año de vida, pues el SIDA la devoraba, viajó hasta Almería para poder a su manera, estar cerca de ella. Como se avergonzaba de su situación, no quería que su hija la viera así y solo esperaba poder mirarla a los ojos antes de morirse. Ella llevaba cuatro o cinco días sin meterse nada y tampoco iba con clientes, estaba más guapa y lustrosa, la zombi de anteayer había muerto, ahora era una resucitada que acababa de salir de una celda de castigo.
- Te veo mejor que nunca Maestra Rafaela, eres otra cuando vas de sana.
- Ciego eres un borde y un observador refinado, pero en los dos años que llevó comprándote cupones no me has dado ni cuarenta duros.
Ya oíamos a los chiquillos venir acera arriba, Rafaela se fue a hacer como si bebiera agua del cañillo para poder verla y llorar sin consuelo como acostumbraba. Entonces la rubilla se paró, y dejó los libros y la carpeta que llevaba entre sus brazos, como hacen las niñas, con su amiga. Espera tengo sed, le dijo a su compañera de clase, las dos llevaban el mismo uniforme. Fue hasta l