Turbación, mudanza y prioridades
Dice la inolvidable máxima jesuítica que en tiempos de turbación no conviene hacer mudanza. Y lo que pretendía el santo de Loyola no era tanto una advertencia sobre los traslados físicos, sino la recomendación de hacerse fuerte para soportar los embates de esa cosa fascinante y en ocasiones áspera que es la vida misma. Esa vida que nos trae ahora la amenaza incierta de algo inaprensible que ha demostrado suficiente capacidad como para mover los cimientos del ánimo de la sociedad actual, agitando nuestra amplia y sólida zona de control. Y eso tiene al personal de los nervios, no sólo en los lineales de los supermercados.
Por lo tanto, es obligación del columnista comprometido (me refiero a otros, no a mí mismo) encontrar aspectos positivos en una situación que globalmente parece inquietante. Y puestos a darle vueltas al asunto, diría que podría dar por bueno todo este soponcio si nos sirviera a todos para entender que el fango diario de las redes sociales, las consignas políticas y los grupos editoriales con medios de comunicación, está creando un caldo de cultivo perfecto para la propagación de virus aún peores que los que detecta el microscopio: la intolerancia, el odio y el gusto por la bronca. Dicen los técnicos que el sistema sanitario está preparado para contener y vencer al coronavirus y parece prudente creerles, aunque pensemos que este gobierno, o lo que sea que haya en Moncloa, no es más que un accidente democrático presidido por un mentiroso. Y la verdad, cuesta mucho trabajo contener el natural efecto rebote de recordar a la mayoría de ministros, ministras y ministres, el abrumador peso de su propia hemeroteca durante el paso del virus del ébola por la España gobernada por el PP de Rajoy. Y cuesta trabajo no comparar el tratamiento informativo de buena parte de la prensa entonces y ahora.
Pero en este momento, las prioridades son otras y conviene mantener la cabeza fría. En democracia, las cuentas se ajustan en las urnas, y ya llegará ese día.