A medida que la edad avanza, la capacidad de sorpresa de las personas -hablo al menos de mi caso- experimenta un proceso similar al del cabello. O bien se decolora o directamente abandona el cuero cabelludo. Pero a pesar de eso no he podido dejar de sorprenderme ante el hecho de que a lo largo de la pasada campaña ningún periodista comentase o inquiriese a cuantas candidatas hablaban con insistencia -las estrategias de campaña- de los posibles pactos orientados hacia la o las derechas, por sus intenciones de formar pactos orientados hacia la o las izquierdas.

Y entiendo que con inteligencia el candidato preguntado, que siempre era el mismo, se limitase a no entrar al vistoso trapo, pero a pesar de mi edad y del color de mi pelo, admito que me producía verdadera estupefacción ver la naturalidad con la que la prensa asumía la carga negativa que se trataba de establecer sobre una determinada orientación de un eventual acuerdo, al tiempo que se contemplaba desde una pasmosa indiferencia que precisamente las candidatas que tanto insistían en esas preguntas estaban obligadas a coaligarse para formar gobierno, en el que necesariamente habría que incluir a las fuerzas más extremas de la izquierda almeriense. Pero eso no alarmaba, ni suponía el mismo nivel de amenaza para las libertades y los derechos que otras sumas. Y será también por la edad, pero créanme que a lo largo de mi vida he escuchado majaderías de equivalente calibre en ambos extremos del abanico político. Es verdad que hace mucho tiempo que no cubro una rueda de prensa, pero yo recuerdo haber visto a políticos de todos los signos sudar tinta china en comparecencias en donde los periodistas hacían su trabajo y ponían a los candidatos frente al espejo de sus propias contradicciones. Eran otros tiempos, ya digo. Y hay excepciones, claro que sí, pero por desgracia la labor periodística está ahora más cerca de la transcripción que de la información.