La Voz de Almeria

Opinión

Jose Fernández
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La omnipresencia tecnológica nos ha acostumbrado a vivir en un entorno cotidiano de certezas, que nos permite saber prácticamente al instante cuántas veces se han visto nuestras fotos en las redes sociales, quiénes y de qué manera comparten o rebaten nuestras ideas y, en definitiva, situar el alcance del beneficio o perjuicio de todo lo que decimos o hacemos.

Y esa realidad, que nos empuja a un territorio de aceleración constante en donde apenas queda espacio para la pausa y -aún menos- para la reflexión, ha transformado el modo de hacer la política, en la que todo pasa ahora por la inmediatez, por la urgencia y por la necesidad de buscar el mensaje y las más de las veces el simple gesto- que permita ganar notoriedad y rascar adhesiones.

Todo es ya un ejercicio superficial en donde sólo se busca algo de profundidad para sepultar al competidor. Pero las prisas son las peores consejeras. Quizás me equivoque, pero creo que en Podemos, o como demonios se den en llamar ahora, deben estar muy arrepentidos de haberse metido con el millonario Ortega y sus donaciones sanitarias a pocos días de unas elecciones. El efecto buscado se les ha vuelto en contra por culpa de recurrir a gestos sin suficiente maduración.

Y otro tanto podría decirse de la estrategia de la oposición municipal almeriense, empeñada en un trasladar a los electores un relato terrorífico sobre una Almería paralizada, en fallo multiorgánico y separada por barrios y castas. Almería no es una ciudad perfecta, porque ninguna ciudad lo es, pero basar la campaña en invitar al electorado a dar un paseo por el jardín de la cochambre parecía ya al principio de la campaña una pésima idea, que el resultado electoral acabó por confirmar.

Si algo ha quedado claro de estas elecciones es que el recurso del rencor y la negatividad no conecta con los almerienses, que han depositado su confianza en un discurso positivo y optimista sobre su futuro.

Y no se han equivocado.

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