En el verano de 1954, el escritor catalán Josep Pla cruzó el Atlántico en la motonave Guadalupe con la intención de escribir -gracias a un acuerdo publicitario entre su editorial y la naviera- alguna cosa que pudiera ser usada en la promoción de la línea que hacía Cádiz-La Habana-Nueva York. De ese viaje nació “Fin de semana en Nueva York”, un delicioso libro de viajes escrito entre la admiración y el escepticismo del fino observador que era Pla. La crónica paralela del viaje cuenta que cuando el autor divisó desde el estuario del río Hudson el espectáculo del “manojo fantástico de espárragos” -así los describe- de los rascacielos de Manhattan iluminados en la noche, hizo una pregunta zumbona que resume bien el espíritu del libro: “¿Y todo esto quién lo paga?”. Y esa sensación, la del recelo ante el deslumbramiento de lo apabullante, es la que está teniendo mucha gente al mirar en perspectiva el alcance y la altura de las medidas que el Gobierno de Sánchez está poniendo en marcha para favorecer la campaña electoral del propio Sánchez. Y no es un pálpito literario; es el pago que los socialistas están haciendo por su apoyo a esa gran superficie del populismo que es Podemos. Algo que no sólo va a tener efectos electorales entre los seguidores más partidarios, sino que va a generar un peaje que nos va a afectar a todos. ¿Quién paga toda esta fiesta? La pregunta se la está haciendo también el Banco de España, que en su informe trimestral ha señalado que los mítines de los “viernes sociales” que se ha sacado de la manga el Dr. Fraude no tienen únicamente una dimensión política, sino que suponen una losa para la economía española. Con un desfase entre ingresos y gastos, con los Presupuestos en suspenso y sin poder aplicar los nuevos tributos que había previsto el Gobierno para aumentar la recaudación, cada nuevo anuncio y cada ocurrencia de Sánchez son como una ventana más encendida en la noche. Y no tengan dudas: al final la luz la acabaremos pagando entre todos.