La Voz de Almeria

Opinión

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Mis abuelos ayudaban a personas mayores que vivían solas; a veces, organizaban pequeñas fiestas para animarlos a salir de casa. En esas fiestas, siempre ponían bizcochos, café y chocolate caliente.

Me gustaba acompañar a mis abuelos a esas fiestas para repartir la comida. No sé por qué, pero no me gustaba el chocolate caliente, siempre me quemaba la lengua y era demasiado denso para mi garganta.

Sin embargo, aquel día, al ir sirviendo el chocolate a aquellas personas, noté cómo una anciana me observaba. Me acerqué a preguntarle si quería tomar más bizcocho y me dijo:

¿Tú no tomas chocolate? Le expliqué mis malos recuerdos con el chocolate y me dijo que el truco para que supiera delicioso estaba en tomarlo en buena compañía, saborearlo despacio y soplar a la taza con frecuencia. Me dijo también que añoraba conversar con alguien, una visita, un regalo, un abrazo...

Perla era la perrita con la que vivía, se hacían compañía mutuamente y le servía de consuelo, pero aun así se sentía sola, así que acudir a alguna reunión para charlar y ver gente era lo que más le animaba.

Mis abuelos y mucha más gente hacían que aquellos ancianos se sintieran mimados, queridos y respetados.

El chocolate supuso desde entonces para mí una manera de entender la soledad; así que cada vez que lo tomo (procuro tomarlo siempre en compañía) no puedo evitar pensar en aquella anciana y en su perrita Perla, y sobre todo, en lo afortunada que soy por tener gente a mi alrededor.

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