La Voz de Almeria

Opinión

Desde otro punto de vista

Tercera entrega de la serie de columnas ‘La mesa de al lado’

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Mi madre tenía lateralidad cruzada, era diestra para tirarme la zapatilla a la cabeza y zurda para bizquear. Mi padre no sabía que mi madre era bizca, ni se daba cuenta, la veía con otros ojos. Como era cosa de familia, a los 16 años me enamoré perdidamente de la cajera del supermercado de mi barrio, era bizca, ambidiestra de los dos ojos. Tenía cuatro años más que yo, era muy guapa y estudiábamos el mismo curso, pero ella lo hacía en el nocturno. Yo sacaba buenas notas y le pasaba los exámenes que había hecho. Después de cerrar la caja quedábamos cuando había examen de Matemáticas o de Física. Parecía que no atendía cuando le explicaba algo, pero sí.

Ahora es cuando yo podría mentir y decir que durante aquellas citas de estudio entre nosotros pasó esto o aquello, pero he de ser fiel a los principios que me he impuesto en los artículos de esta columna, esto es, no contar nada que no sea rigurosamente cierto. Y la verdad es que entre ella y yo no pasó nada, cero, sólo que ella aprobó el bachiller y cambió de trabajo. No he vuelto a verla más. Mi madre suspiró aliviada porque decía que yo, aunque no bizqueaba, tenía dentro de mí el gen del estrabismo, y que si recombinaba mi ADN con una cajera bizca de ambos ojos, casi todos sus nietos serían bizcos, y hasta ahí podíamos llegar.

Todo esto viene al caso porque recuerdo a un tipo con unos amigos en la mesa de al lado, no hace tanto tiempo de aquello. Recibió una llamada al móvil. Por las voces que daba no creo que necesitara el concurso del teléfono para que su interlocutor pudiera escucharlo. ¿Que quieres el número de mi señora de la limpieza? ¿Que te has separado y te vas de alquiler y la casa está hecha un asco? Joder, lo siento. Sí, claro. Apunta. —Aquel tipo, en vez de mirar su agenda, cogió el periódico y se fue a la página de contactos. Se puso a ojear los anuncios para hacerse el sevillano, y le dio uno de los números de teléfono que estaba leyendo en esa sección de citas—. Yo lo anoté en una servilleta para corroborar mi hipótesis después.

Colgó y se lo contó a sus amigotes de la mesa, todos se morían de risa. Yo, con educación, les pregunté si habían terminado con el periódico y busqué sibilinamente el número de teléfono que él le había dado y que yo también había anotado. Correspondía a un anuncio más bien pequeño, decía así, “Se ofrece chica bizca, trabajadora en muchos sentidos. Limpio tu casa y antes de irme desordenamos tu dormitorio, 15 € la hora de limpieza y 40 € la otra hora”.

Me imagino la sorpresa del amigo del sevillano cuando la chica terminó de arreglar su casa, me imagino el malentendido, supongo que en una sección de contactos hay mucha competencia y que el morbo tiene su propia clientela, pero como soy el que escribo este artículo y aquí va a pasar lo que yo diga porque soy el que reparte el destino, el gran camello, pues lo que ocurrió fue que él quedó tan contento con los servicios de la limpiadora bizca que la llamó otras veces, y de tanto repetir se quedaron a compartir piso y ella no se quitó de bizca, pero sí de limpiadora de contactos, ahora es camarera. Los amigotes del tipo sevillano se fastidiaron porque su amigo y la limpiadora fueron más felices que en brazos y desde entonces miran la vida, como las gallinas, de lado. Al día siguiente de que aquello ocurriera, ‘La Voz de Almería’ se unió a la iniciativa del gobierno andaluz para hacer desaparecer los anuncios de contactos de los periódicos. Y aquella fue la última vez que uno de ellos tuvo sentido. Eso fue lo que pasó. Tal cual. A ver quién es capaz de decirme que no.

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