La realidad demográfica española es como un gato que va suelto por los tejados y al que nadie puede poner el cascabel que nos permita tenerlo más o menos controlado. Y mientras tanto, todo el mundo habla del gato desde su casa, con sus diferentes orientaciones al sol de la calle. Aunque estamos acostumbrados a la autodescripción catastrofista, lo cierto es que España es un país en el que la gente vive mucho. De hecho, un español vive 83 años de media, únicamente menos que los habitantes de Hong Kong, Japón e Italia. Y la noticia es que esto es ya una tendencia: no sólo vivimos mucho, sino que cada año va a más. Según esta misma fuente, la esperanza de vida en nuestro país ha crecido en siete años desde 1985 a 2015. Es decir, que cada vez vamos a tener más pensionistas. ¿De dónde sale el dinero para pagar esas pensiones? Pues en teoría eso debería salir de las personas que trabajamos, a corto y medio plazo, y de las personas que trabajen, a más largo plazo. Y aquí es donde no salen las cuentas. La masa de personas trabajadoras no bastará para cubrir las pensiones de los jubilados del futuro, por lo que habrá que buscar alternativas. Y aquí es donde el panorama se ensombrece de manera inquietante, porque lo que debería ser una cuestión técnica ha pasado a ser una refriega política con mucho despliegue de gestos pero poca previsión de gastos. No sé dónde podré estar en el futuro, pero espero que mi pensión dependa antes de las decisiones de alguien sensato y con sentido de la realidad que de quienes han tomado como modelo países supuestamente avanzados en lo social y en donde las pensiones no dejan de bajar o que esté en manos de quienes, habiendo congelado las pensiones estando en el gobierno, animan ahora a los pensionistas a manifestarse contra el gobierno que, aunque con matices mejorables, las está manteniendo contra los pronósticos más agoreros.