Buenos entendedores
Buenos entendedores
No deja de tener gracia que en unos tiempos marcados por una desagradable tendencia hacia las concrecciones y las precisiones explícitas, de cuando en cuando se produzcan situaciones en las que todos seamos capaces de entender o de hacer como que entendemos lo que, sin decirse, se ha apuntado o perfilado con cierta distancia expresiva. Lo cierto es que en la actualidad parecemos preferir la claridad más descarnada porque quizás pensamos que eso es lo que nos hace ser más auténticos o nos presenta como más fiables y transparentes ante los demás, a pesar de que en ocasiones es difícil trazar la línea fronteriza entre la franqueza expresiva y la grosería innecesaria. Me refiero a la pérdida del concepto del tacto como amortiguación de un mensaje o discurso que estimamos dañino o molesto, aunque sea desde un punto de vista preventivo. Decir las cosas con tacto o con prudencia suele ser interpretado negativamente en la actualidad, quizás porque sitúa a nuestro interlocutor en la necesidad de hacer un ejercicio de interpretación o análisis no ya tanto de lo que estamos diciendo como de lo que en realidad se quiere decir. No obstante, comprobamos de cuando en cuando que mantenemos colectivamente intacta nuestra capacidad de razonar y deducir y que, como suele decirse, a buen entendedor, pocas palabras bastan. Y así, hay ocasiones en las que el mensaje no puede ir por delante de las palabras. Yo entiendo que si alguien dijera, por ejemplo, "el mamón de mi yerno se ha pasado tres pueblos", cualquiera podría entender el sentido de esas palabras. Sin embargo, reconforta comprobar que se sigue entendiendo todo sin necesidad de llegar a tanto.