La Voz de Almeria

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Con este título, pretendo enlazar las imágenes que guardo en la retina y conservo en mi mente, después de ser espectadora de un film norteamericano que me ha resuelto algunas dudas pero que también ha abierto interrogantes.
Recientemente se ha celebrado el día Internacional de la Discapacidad, concepto recogido por la Organización Mundial de la Salud que probable y acertadamente confío en que será modificado por el de “personas con diversidad funcional”. Justo al llegar a este punto, y con la voluntad de situarme en el tema que nos ocupa, me pregunto varias cosas:
¿Qué ocurre cuando la discapacidad es permanente y/o sobrevenida por cualquier avatar de nuestras vidas?
Un ejemplo extraordinario de cómo afrontar la cuestión, lo pone de manifiesto “Wonder”, que relata, a mi modo de ver sensible e inteligentemente, la historia de un chico de 10 años, llamado “Auggie”, el cual es diagnosticado de una rara deformidad facial, que lleva aparejada, además, un déficit auditivo y de visión que le obliga a someterse a 27 intervenciones quirúrgicas.
Su “maravilloso” entorno familiar, compuesto por sus padres y hermana, le permiten crecer como un niño más, sin sobreprotección por su diferencia. Fruto de la actitud de sus progenitores que poseen habilidades comunicativas y educativas, excelentemente expuestas por el director de la película, lo que en definitiva prepara al chico para lo que ha de venir después: exposición ante el mundo que le rodea, principalmente ante sus semejantes, otros menores, que como él acuden a una escuela privada por vez primera para formarse académicamente.
El choque emocional que vive el protagonista Auggie el primer día de clase, evidencia la mirada hacia el “distinto”, el diverso funcionalmente, y lo que representa para una colectividad cuya cultura no registra ni abraza al diferente, sino que en muchos casos cuestiona, prejuzga, o invisibiliza.
¿Pero cómo aceptar e integrar a las personas con diversidad funcional? 
En la normalización de las mismas se encuentra la respuesta, claro que, para llegar a ella, cultural y socialmente se debe producir una transformación que tiene un recorrido inicial en la unidad familiar: padres, herman

, etc., y que continúa en otros ámbitos de la vida, entre ellos, y no poco importante la escuela, como primer punto de socialización. Así lo revela en distintos momentos la película, cuyo relato hace hincapié en la relación que tienen los demás (compañeros de clase) con el protagonista.
La burla, el desprecio, la humillación, el distanciamiento son el caldo de cultivo, las actitudes más palpables de un grupo de niños educados en la superioridad de la normalidad, frente al diferente que recibe el acoso (bullying), que lo afronta desde el silencio y el dolor por sentir la “fealdad” de su rostro, y la indiferencia, inicialmente, de otro de los compañeros de clase que, aunque no comparten los actos del grupo, sí mantiene una simulada amistad con Auggie.
La inteligencia emocional del protagonista, la gran personalidad que denota, fruto de la educación en valores recibida de sus padres, sus capacidades en diversas materias, y la amistad que forja finalmente con dos compañeros, logran, junto al trabajo del director del centro educativo y profesores, la plena normalización del niño, evidenciándose de esta forma que podemos y debemos evolucionar para que en nuestras vidas, y especialmente en la de aquellos con discapacidad se instale el concepto de la normalización.
¿Cómo el entorno de las personas con diversidad funcional podría favorecer su integración social de manera natural? 
La respuesta, en parte, la da Auggie, cuando dice: “creo que la única razón por la que no soy normal es porque nadie me ve como alguien normal”. La normalización de la diferencia en la sociedad, unida a la mayor implicación de las administraciones en la construcción de una sociedad con mayor grado de sensibilización podrá conseguir desterrar rancios clichés, prejuicios y estigmas que sobre la discapacidad existen aún.



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