Tiempo de fantasmas
En los últimos tiempos asistimos a una serie de acontecimientos y de hechos que pareciera que el mundo camina al revés. Disparate tras disparate, dislate tras dislate, los titulares de la actualidad aminoran nuestro ánimo, menoscaban los pilares de la condición humana y llevan nuestra existencia a confusas conclusiones. Si cada jornada detuviésemos el vertiginoso devenir que nos atrapa y nos dejásemos llevar por el raciocinio que como seres humanos se supone que debemos poseer , nos daríamos cuenta de la ingente cantidad de estupideces que cotidianamente hemos de soportar en cualquier rincón de nuestras vidas; nos percataríamos de la banalidad de los mensajes que recibimos desde las instituciones, las organizaciones de toda índole, y, por supuesto, desde las plataformas que sirven a estos agentes, es decir, desde los medios de comunicación a los que nosotros, los periodistas, servimos tan disciplinadamente . No estaría de más salir a la calle y preguntar a nuestros conciudadanos su opinión acerca de las barbaridades, las idioteces, las sinrazones y los despropósitos que a lo largo del día reciben por tan amplia oferta mediática. En verdad, tampoco es que tengamos una obsesiva pretensión por una vida de perfección. Tal vez estas calendas sean proclives a discursos vacuos ante la ingente palabrería que ocupa a la clase pública. Me cuentan que cuando un responsable público pretendió interesarse por el estado de los usuarios de un centro sanitario, algunos de cuyos trabajadores se hallaban en huelga, una de las usuarias, de avanzada edad, le respondió con un relato. Según el cuento, una joven soñó que caminaba por un extraño sendero de un bosque que ascendía por una colina hasta un hermoso palacio de gran riqueza ornamental. La muchacha no pudo resistir la curiosidad y llamó a la puerta que abrió un anciano de nívea barba. En el momento en que la mujer comenzó a hablar con el inquilino del palacio despertó. El mismo sueño se repitió varias noches consecutivas. Unas semanas más tarde, cuando la joven viajaba en su coche se tropezó con la senda de su sueño. Detuvo el vehículo y presa de una gran excitación se encaminó por dicha vereda hasta llegar al palacio, cuyos detalles menores recordaba con precisión. Como en el sueño, llamó a la puerta y abrió el mismo anciano. La joven preguntó que si se vendía la mansión. El residente respondió que sí, pero que no se la recomendaba porque un fantasma frecuentaba el palacio. ¡Un fantasma!, exclamó la mujer, para inquirir a continuación: ¿Y quién es?. Usted –dijo el anciano-, y cerró suavemente la puerta. Como la joven del cuento, nuestros representantes viven su propio sueño.