La pérdida de la ‘Tita Paquita’:un fallo de la Naturaleza
Paquita Compán Aparicio

Paquita Compán Aparicio, mi Tita Paquita.
Dicen que la Naturaleza es sabia, y ciertamente sus mecanismos siempre tienen un porqué, una razón de ser que a veces comprendemos y a veces no tanto. Un ejemplo es la muerte, un hecho inevitable e irreversible, pero que pone el lógico fin a la existencia. La sabiduría se refleja con frecuencia en el hecho de que cuando se aproxima el momento de la despedida, la persona pierde buena parte de su propia identidad, se deteriora o sobre su mente cae un velo que llena de nieblas su memoria. Es frecuente que quienes están a su alrededor concluyan que ya no era la misma persona, no era él o ella.
Pero, siendo sabia, la Naturaleza no es infalible y comete errores fatales. Es el caso de Paquita Compán Aparicio, mi Tita Paquita, que fue realmente ella hasta el momento de su muerte. Un error que añade un punto más de dolor a su pérdida y la sensación de que con ella se perdía una parte de la historia almeriense, de nuestra historia, que recordaba con un grado de detalle que muchos de los que aún estamos en activo no disfrutamos.
Había nacido en Canjáyar en el año 1924, había cumplido los cien años y, desde muy joven, había mostrado ese punto de rebeldía que distingue a los distintos. Intentó estudiar enfermería, pero en la sociedad rural de aquella época no se tendían puentes en materia educativa para las mujeres. Su padre, médico de profesión, se opuso radicalmente a esa vocación. Su respuesta, racional como siempre, fue que si no podía dedicarse a curar los cuerpos enfermos, curaría las mentes de los niños, germen del futuro.
Sus dos hermanos estudiaron carreras de Medicina y Derecho. Sus dos hermanas aprendieron el noble oficio de ser madres y amas de casa. Pero ella tenía otra idea de cómo se puede utilizar una vida y se hizo maestra. En ese camino aprendió mucho más que a enseñar y en su recorrido formativo tuvo la fortuna de encontrar poderosas referencias intelectuales, entre ellas las de su maestra Celia Viñas, de la que aprendió sobre la trascendencia de la labor educativa, el respeto y la dedicación a uno de los oficios más trascendentes para la sociedad, para todas las sociedades, la enseñanza.
Dicen también que ‘algo tiene el agua cuando la bendicen’ y el periplo vital de la Tita Paquita la llevó a escuelas rurales, comenzando por Lucainena, siguiendo por su querida Gádor, hasta otras en zonas de exclusión social, como las de La Chanca-Pescadería. Su legado en esos destinos queda al descubierto al comprobar el respeto y el cariño incondicional, no sólo de aquellos niños de la posguerra, sino también de sus padres, de tantos cientos de familias, muchas de ellas de vidas precarias, ante las que ejercía otro tipo de magisterio: explicarles que la educación, la formación, es más que un derecho, es la fuerza capaz de abrir ventanas al mundo y proporcionar una fuerza mayor que el simple conocimiento.
Cada paso, cada alumno, cada familia, cada destino dejó una huella imborrable en quienes la conocieron y siempre la acompañaron, porque Paquita Compán no olvidó nunca a todos los que la rodearon, comprendieron y quisieron. Ese es el legado que nos arrebató su muerte, el fallo de esa Naturaleza que la mantuvo viva y activa hasta que sus ojos se cerraron por última vez. Aquí, en Almería, muchos la recordamos y sabemos que estará en el cielo contando las historias de su tierra y de su gente, porque estoy seguro de que ni siquiera la muerte habrá sido capaz de borrar su memoria. Tita, un beso grande desde esta tierra de la que siempre formarás parte.
PD: La Misa por el eterno descanso de su alma se celebrará este sábado a las 20:00 horas en la iglesia de la Patrona (Virgen del Mar) de Almería