Encarnación Rodríguez Sánchez
Para la flor de la calle Zagal

Tarde fría, oscura, encerrada en casa, chimenea puesta, la noche se acerca, la luna está empezando a salir. Esa luna que guía mis sentimientos, mi humor, mi carácter, esa luna, abuela, que la miro fijamente y te veo reflejada en ella. Veo el día que te marchaste, la tristeza que dejaste, veo todos esos recuerdos, esa sonrisa que me echabas cuando dándote un beso en la mejilla te decía: “Abuela, ya vendré cuando tenga un ratito, ¿vale?”. Y tú me contestabas: “Cuando quieras, aquí estoy, no me muevo de aquí”. Este mes la luna está llena, pero llena de ti, abuela. ¿Sabes quién te echa mucho de menos? Juanico, Juanico el panadero dice que tiene ganas de verme porque le han gustado los escritos que te dedico y ¿sabes por qué le gustan, abuela? Porque sólo son palabras pero son palabras sólo para ti. Y Juan sabes que no sólo era el simple panadero, era aquel hombre que llegaba a la calle Zagal, aparcaba su furgoneta encima de la acera, cogía su pito: ¡¡¡Piiii, piiii!!! Y te llamaba: Maríaaa... Y tú siempre salías con una sonrisa y Juan te decía dos palabras y te reías. Era uno de tus pocos ratos alegres del día. Por eso estas letras te las dedico a ti, abuela, a la flor más bonita del jardín. Y a ti Juan, el panadero de mi abuelita María... El panadero de la flor de la calle Zagal. Te quiero, abuela. No te olvidamos. Tu nieta, Yolanda Morales.