El emperador de Urci

Estaba allí, en medio del patio de luces, exhibiendo la vara como si fuese una corona de laurel

Javier Aureliano, recién reelegido presidente de la Diputación de Almería.
Javier Aureliano, recién reelegido presidente de la Diputación de Almería.
Manuel León
21:49 • 19 jul. 2023

Entré tarde al acto y lo vi: estaba allí, en medio del patio de luces, en la antigua casona de Juan Lirola, entre maceros, exhibiendo la vara de mando, como si fuese una corona de laurel; estaba allí, como un antiguo emperador romano recién investido de púrpura ante el Senado, como lo fue un tocayo suyo, Lucio Aureliano, en un tiempo en el que Almería era Urci; estaba allí, el patrón de la provincia, el alcalde de alcaldes, con los ojos brillantes, con su medalla al cuello, con los gemelos en las muñecas, con ese bastón entre sus manos, mostrándolo como si fuera un vellocino, como si fuera el ajuar de una de aquellas guerras en las que Julio César aplastaba a los galos al pasar el Rubicón: Javier Aureliano comandará la Diputación más azul de todo el país, no se sabe si por aciertos propios o por yerros de sus rivales; allí estaba Javier, oliendo a pax romana, con cara de jovenzuelo de Balanegra, donde lo parió su madre en la Nochevieja de 1976, hijo de la Democracia, cuando ya Franco era historia y la Transición iba por el primer capítulo; estaba allí, como recién planchado, como un coche eléctrico, hablando del Fraile y del Realismo, del desierto y de bares como cataplasma para la despoblación, y al mirarlo, uno tenía la convicción de que qué presidente más joven tiene Almería, sin tener en cuenta-  con Proust- cómo engaña el paso del tiempo: Fernández Revuelta, Maresca, Azorín, Comendador y Usero eran todos más jóvenes que él, cuando asieron esa misma vara. Gabriel no, porque Gabriel es un hombre sin edad.



Estaba allí, este Javier, por tercer mandato consecutivo, escoltado por Gamarra, por Repullo, por sus homólogos de las provincias romanas cercanas, con su cohorte de legiones, parapetado por los escudos de sus nuevos y viejos diputados (Eugenio nunca envejece, es como Catón), en un día de llegadas y despedidas; estaba allí, el antiguo meritorio, intentando evadirse, como un Houdini, de la hiel de Fines, su particular idus de marzo; estaba allií el pope, con una invisible túnica dorada, en medio del Palacio, esperando selfies y besamanos de más de 200 invitados; estaba allí, arropado, querido, admirado, pidiendo a Juan Gabriel que lo pellizcase para no olvidar que es humano; estaba allí, nuestro Aureliano almeriense, teniendo presente, por encima de todo, que durante cuatro años más volverá a ser como un emperador romano: el hombre más solo del mundo. 









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