Hartos de la política madrileña

Ayuso, Sánchez, Iglesias y Abascal deben saber que España es mucho más que Madrid

Pedro Manuel de La Cruz
07:00 • 02 may. 2021

Sostiene la evidencia que hay tres cosas que nunca vuelven: la bala disparada, la palabra dicha y la oportunidad perdida. Tres situaciones distintas con una sola consecuencia verdadera: la minoría que las provocan solo aspiran a preservar o alcanzar el poder, pero, quienes contemplan sus efectos desde la platea inmensa que ocupa la ciudadanía, acaban siempre padeciendo sus consecuencias. 

Hasta ahora era afortunadamente infrecuente que estos tres viajes sin retorno tuvieran su puesta en escena en el mismo escenario y en el mismo momento; hasta ahora. 


Lo que estamos viendo en Madrid es la consumación estrafalaria de aquella definición entre el lamento, la ira y el desengaño que Valle Inclán puso en Max Estella, cuando iluminado de lucidez en su ´Luces de Bohemia´, señaló que “España es una deformación grotesca de la civilización europea”.  


La campaña que mañana termina se ha convertido en un estercolero de insultos, un paredón salpicado de palabras cargadas con la odiosa munición del odio y una escombrera tan llena de irresponsabilidad como vacía de ideas con las que dar una oportunidad a un futuro de acuerdos que propicien el bienestar colectivo.  

Decía Ayuso en una de sus estrafalarias expresiones que Madrid era una España dentro de España. Un pensamiento laberíntico (todo en Ayuso lo es), pero en el que, más allá de una primera lectura, se encierra una realidad llena de riesgos que traspasan los límites de la Puerta del Sol. Madrid es España, pero España es mucho más que Madrid. Por mucho que se empeñen Ayuso, Sánchez, Iglesias, Abascal o Florentino. 

El esperpento (otra vez hay que volver a Valle) en que se ha convertido la política española encuentra desde hace años en Madrid un cruce de caminos en el que hay más basura en los centros de poder que en las calles. Políticoslobbystasespeculadores y periodistas (sálvese quien pueda) amanecen cada mañana, no con la voluntad de mejorar la vida de los ciudadanos, sino con la indisimulada voluntad de incendiar las conciencias sustituyendo sin pudor la verdad por la mentira, el argumento por la consigna y la templanza por la ira. Los pulpitos laicos de la política y el periodismo se han convertido en trincheras en las que, como en la Salamanca franquista de Unamuno, lo importante no es convencer, sino vencer. Al precio que sea. 

Lo peor de esta impúdica guerra es que hemos llegado a un punto en el que, para millones de ciudadanos que solo se alimentan de vómito en el abrevadero de las redes sociales, la mentira es más verosímil que la verdad. 

La política y el periodismo madrileñodesde La Moncloa a la Comunidad, pasando por la Carrera de San Jerónimo y las redacciones de francotiradorede a tanto el ladridohan trastocado la nobleza democrática de trabajar para mejorar el espacio público compartido en un territorio en el que, como escribió Ayn Rand (tan certera en esta opinión como equivocada en tantas otras, a veces detestables),han convertido la nobleza de la política en un territorio en el que para producir es necesaria la autorización de aquellos que no producen nada; en el que el dinero fluye hacia aquellos que trafican, no con bienes, sino con favores; en el que muchos se hacen ricos gracias a sobornos o influencias y no por su trabajo; en el que las leyes no protegen al ciudadano contra ellos, sino que, al revés, les protegen a ellos de los ciudadanos y en el que la corrupción es recompensada y la honradez pasa a ser un autosacrificio.  

El paisaje resulta desalentador, pero es el que está construyendo un paisanaje mediocre más ocupado en sus intereses personales que en el interés público. 


En un momento en el que el poder político que reside en Madrid debía ser un ejemplo de inteligencia, colaboración y sentido común, está ocurriendo todo lo contrario. Todo es ruido y furia, odio y rencor. El silencio razonante por el que deben transitar las ideas está siendo sepultado por el estruendo y el desvarío de proclamas estúpidas con las que se oscurece lo que de verdad preocupa a los ciudadanos -una mejor educación, una mejor sanidad, una mejor enseñanza- y, sin embargo, parece que lo que se decide el martes y todos los miércoles que vendrán después es la libertad frente al comunismo o la democracia frente al fascismo. Váyanse a la mierda con sus consignas de guardarropía. 


Pero en ese viaje no intenten que el resto de España, que es muy grande, mucho más que Madrid, les acompañe. Los madrileños no van a ser gobernados por fascistas si gana, como parece, Ayuso, ni por soviets si la izquierda llegara al poder. Ya está bien de mentir. Ayuso es ( o le hacen aparentar ser) una trumpista de chotis .a la madrileña; Iglesias es (y está encantado de serlo) un populista de asamblea universitaria. 


No tengo mucha esperanza, pero sería deseable que, mientras el foro canta el genial Cambalache de Discèpolo porque, para ellos, “hoy (y siempre) resulta que es lo mismo ser derecho que traidor, ignorante, sabio o chorro, pretencioso estafador y todo es igual, nada es mejor, lo mismo un burro que un gran profesor”, mientras el foro continúa cantando esa melodía que rdel canta mejor cada día sería elogiable que Juanma Moreno, Chimo Puig y Feijoo se atrevieran a dar un golpe en la mesa y acabar con el baile. Los españoles, madrileños y catalanes incluidos, se lo acabaríamos agradeciendo. 


 

El problema es que ni Bonilla, ni Puig ni Feijoo están dispuestos a dispara esa bala, decir esa palabra o aprovechar esa oportunidad. Saben que la razón y la verdad cotizan tan a la baja en sus partidos que, si lo hicieran, quizá no volverían a ocupar el puesto que ahora ocupan con la comodidad y el olvido con que ahora disfrutan.       










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