¿Quién teme a los aditivos alimentarios?

Miguel Arranz Lago
23:58 • 10 nov. 2020 / actualizado a las 07:00 • 11 nov. 2020

En estos últimos años, hemos podido observar cómo prácticamente todas las empresas alimentarias se han subido al carro de la quimiofobia para aumentar las ventas de sus productos. Pero antes que nada, ¿qué se entiende por quimiofobia? Pues el miedo irracional a las sustancias “químicas” o productos que las contengan, que en el mundo de la alimentación se corresponden a los aditivos.


La palabra “química” la pongo entre comillas porque todos los alimentos contienen sustancias químicas. Si, hasta esas hortalizas que cultivaban tus abuelos en el cortijo. O acaso, ¿qué son los nutrientes? Pero claro, me diréis que esas sustancias están presentes de forma natural en los alimentos y, en cambio, los aditivos se fabrican en laboratorios donde la frase mágica es: ¡A saber que llevan! 


La industria es muy lista y conoce perfectamente esta aversión de los consumidores hacia estos malvados aditivos por lo que en estos últimos años se ha volcado a sacar productos y campañas publicitarias con las declaraciones: “sin aditivos”, “sin E’s”, “sin conservantes”, etc. 



Pero… ¿este rechazo por lo “químico” está realmente fundamentado? Pues no. Los aditivos se emplean para mejorar el alimento desde el punto de vista higiénico-sanitario, organoléptico y tecnológico, es decir, hacen que estos sean más seguros y tengan mejor apariencia y/o sabor. 


Hay muchos tipos de aditivos: estabilizantes, edulcorantes, conservantes, etc. Esos últimos evitan toxiinfecciones alimentarias muy graves como el botulismo y hacen que los alimentos duren más tiempo en nuestras neveras, reduciendo así su desperdicio.  



En Europa su uso en los alimentos está estrictamente regulado por la EFSA (Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria) y otras autoridades competentes que realizan numerosos estudios de toxicidad y establecen una IDA o Ingesta Diaria Admisible para todos aquellos que puedan suponer un riesgo. Esta IDA hace referencia a la cantidad máxima de una sustancia que un individuo puede consumir diariamente, a lo largo de toda la vida, sin que se produzca un daño apreciable para la salud. Esto también lo podemos extrapolar a los pesticidas y antibióticos, donde se establece un límite máximo de residuos. 


Entonces, ¿los alimentos con aditivos son menos saludables que los que no los contienen? Pues no, pero hay matices. Los aditivos, por sí solos, no influyen en que un alimento sea más o menos sano, pero sí se les suele añadir en mayor medida a ultraprocesados insanos saturados de azúcar, grasas poco saludables y harinas refinadas, que solo aportan cantidades ingentes de calorías sin ningún valor nutricional y, además, están relacionados con la obesidad y enfermedades cardiovasculares entre otras. 



Por lo que, a la hora de comprar un alimento, el consumidor debería de habituarse a dar la vuelta al envase y comprobar que está elaborado con ingredientes y materias primas nutricionalmente interesantes que lo hagan un producto saludable, antes que fijarse en si contiene o no aditivos.


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